Hopi Simb

El Libro de los Hopis

Frank Waters

Este livro foi editado pelo Fondo de Cultura Economica, ligado ao governo do México. O ISBN é 968-16-3705-4.
Há uma pequena livraria em SP ligada ao Consulado mexicano e a partir desta indicação será possível encontrar esta obra extraordinária. Luiz Pontual

Introducción

Este libro es extraño y maravilloso. Sus portavoces son unos treinta ancianos de la tribu indígena de los hopis en el norte de Arizona.

Los hopis se consideran los primeros habitantes de América. El pueblo de Oraibi es irrefutablemente la población más antigua ocupada en forma continua en los Estados Unidos. Junto con la mayoría de los otros pueblos está asido a los riscos de doscientos metros de altura ubicados sobre tres mesetas rocosas que se elevan bruscamente desde la llanura del desierto: Hano, Sichomovi y Walpi en la primera meseta; Mishóngnovi, Shipaulovi y Shongopovi en la segunda meseta; Hotevilla, Bakavi y Oraibi en la tercera meseta; y Moencopi, a 80 kilómetros hacia el poniente. No hay otro paraje del vasto altiplano árido, el cual abarca partes de Nuevo México, Arizona, Colorado y Utah, que sea más inhóspito que la reservación hopi. Con una extensión de casi diez mil kilómetros cuadrados, la rodean completamente, a su vez, los sesenta y tres mil kilómetros cuadrados de selva de la reservación navajo. Los hombres tienen que recorrer quince kilómetros diarios a pie para atender sus pequeñas parcelas de maíz. Las mujeres escalan laboriosa e interminablemente las empinadas escarpas llevando vasijas con agua en las cabezas. Desde tiempos inmemoriales ésta ha sido su patria, el corazón desértico del continente.

La mayoría de sus portavoces son ancianos y ancianas de rostros morenos y arrugados y manos retorcidas. Hablan con sonidos guturales desde la profundidad de sus gargantas y casi sin mover los labios. Sus voces brotan desde los abismos de una América arcaica que nunca conocimos, desde tiempos inconmensurables, desde un subconsciente insondable cuyos arquetipos son tan misteriosos e incomprensibles para nosotros como los símbolos que se hallan grabados en los muros de las antiguas ruinas de los riscos.

Lo que cuentan es la historia de su creación y sus salidas de los mundos anteriores, sus migraciones sobre el continente y el significado de sus ceremonias. Se trata de una cosmovisión de la vida, de naturaleza profundamente religiosa, cuyo sentido esotérico ha permanecido intacto durante innumerables generaciones. Su existencia se ha modelado siempre según el plan universal para la creación y la conservación del mundo. Su progreso sobre el camino evolutivo de la vida depende de la observancia sin falta de sus leyes. A la vez, el propósito del ceremonial religioso es ayudar a guardar la armonía del universo. Constituye un sistema mítico-religioso que abarca todo el año con ceremonias, rituales, danzas, cantos, rezos y oraciones tan complejos, abstractos y esotéricos como los que más en el mundo. Ha llevado a la desesperación a antropólogos, etnólogos y sociólogos profesionales.

El gran pionero de la etnología Alexander M. Stephen fue el primero en registrar los detalles del ceremonial hopi durante la última década del siglo pasado; en su diario ya clásico exclamó irritado: "Malditos sean estos muchachos exasperantes; ¡al diablo con todos ellos! Me han obligado a ir de la Ceca a la Meca durante todo el día, ¡sin conseguir ni una pizca de información!" Llegó a la conclusión de que el ceremonial hopi era tan abstracto que hacía falta más que la vida de un hombre para comprenderlo, además del sexto sentido de los propios hopis.

J. Walter Pewkes quedó igualmente frustrado más tarde. Escribió: "Los procedimientos tienen un alto contenido de misticismo que el autor hasta el momento no alcanza a entender... En muchos casos no se comprenden las explicaciones místicas, en las que al parecer entra un alto grado de esoterismo..."

Hoy en día, más de medio siglo después, casi todas las ceremonias hopis han sido descritas con esmerada exactitud por un sinnúmero de observadores profesionales. No obstante, sus estudios se limitan a detalladas descripciones exotéricas de los accesorios rituales y su uso. Los significados y las funciones esotéricas de las propias ceremonias siguen siendo virtual-mente desconocidas. Esta circunstancia no se debe únicamente al tradicional hermetismo de los hopis. Los mismos observadores científicos profesionales nunca han otorgado validez a los aspectos del ceremonial hopi que bordean en el místico reino del sexto sentido. En efecto, el racionalismo del mundo occidental refuta con vehemencia todo lo que huela a desconocido o "sobrenatural". Por lo tanto, la fe y el ceremonial de los hopis han sido desechados como el burdo folklore y las prácticas exóticas de una tribu decadente de indígenas primitivos sin relación alguna con los principios ilustrados de la civilización moderna.

La palabra "hopi" significa "paz". Siendo el Pueblo de la Paz los hopis han pasado tácitamente por alto dicha visión externa de sí mismos. Han sufrido el dominio de los Estados Unidos con indiferencia y en silencio y han mantenido a raya el remolino de la civilización tecnológica a su alrededor. Sin embargo, el arco empieza a tensarse. Comienza a estallar su resentimiento largamente reprimido contra los etnólogos y antropólogos que desprecian sus creencias, contra los agentes comerciales que pretenden explotarlos y contra el propio gobierno nacional que los ha traicionado. Estremecimientos aún más fuertes de desasosiego y resquemor contra la imposición de nuestro materialismo racional sacuden las cordilleras de la Sierra Madre y los Andes. La sima psíquica que nos separa de la América roja, el África negra, el Asia amarilla y el pardo Medio Oriente se ensancha cada vez más. ¿Quién dudará de los indicios de que ha comenzado la transición a una magna era nueva?

El hecho de que los hopis nos hayan revelado la estructura conceptual de su vida ahora, por primera vez, confiere a su dádiva un carácter peculiar único en nuestra experiencia nacional. No nos hablan como una pequeña minoría derrotada dentro de la nación más rica y poderosa del mundo, sino con la voz de la comunidad mundial de los pueblos que declaran su derecho a crecer desde sus propias raíces nativas. Evocan a losantiguos dioses formados por instintos desde hace mucho tiempo reprimidos por nosotros. Reafirman un ritmo de vida que hemos tratado de ignorar, con desastrosas consecuencias. Nos recuerdan que debemos ajustamos a la necesidad de un cambio interior si hemos de evitar una ruptura, un cataclismo entre nuestras mentes y corazones. Ahora más que nunca ha llegado el momento para que ellos hablen y nosotros escuchemos.

El presente libro es, pues, el de su palabra. No es una investigación profesional, un estudio sociológico o psicológico o un informe antropológico. Presenta una forma de vida arraigada en el suelo de este continente, cuyo crecimiento es encauzado por las mismas fuerzas que plantan el sello indígena sobre la más alta montaña y el insecto más pequeño, y cuyo florecimiento aún tendrá que ocurrir. Los hopis, como entes humanos, no se colocan aparte de este diseño. Tienen la misma seguridad en el futuro que en el pasado.

Los principios contenidos en el presente libro son tan sagrados para los hopis como lo es la Biblia judeocristiana para otros pueblos. Empieza desde su Génesis, sigue con su Antiguo Testamento sobre los mundos anteriores y el Nuevo Testamento sobre el presente, hasta el Apocalipsis de su ceremonial esotérico. Para muchos será imposible aceptar que los hopis, de acuerdo con sus propias creencias, también representaron un Pueblo Escogido. La visión hopi del universo, como un campo o continuo de fuerzas inseparables e interrelacionadas, no resultará tampoco del todo admisible para quienes tácitamente aceptan el papel del ser humano como entidad racional creada para permanecer aparte de la naturaleza, a fin de dominar el orden político de su cosmología mediante una mecanización imperialista. Estas personas preferirán considerarlo como el mito extraño c ingenuo de una tribu aún primitiva de indígenas encarados con la posible extinción debido a su falta de adaptabilidad. Sin embargo, el profundo sentido de integridad no será por ello menos extraordinario para otros, quienes en su propia cultura presencian el desazonado reflejo de la separación devastadora entre el espíritu y lo material, el consciente y el inconsciente. Este mensaje de paz, esta preocupación por ayudar a conservar la armonía inherente a los elementos universales de toda vida, reafirman para todos y en todas partes la imperecedera fe del hombre en la plenitud y la riqueza de la vida que le ha sido concedida por sus fuerzas creativas, si tan sólo puede hallar una forma de realizar el potencial que lleva en su Interior.

Capítulo I

EL PRIMER MUNDO: TOKPELA

El primer mundo fue Tokpela [Espacio Infinito].

Pero antes, dicen, estaba sólo el Creador, Taiowa. Todo lo demás era espacio infinito. No había principio ni fin; no había tiempo ni forma ni vida. Sólo un vacío inmenso cuyo principio y fin, tiempo, forma y vida estaban en la mente de Taiowa el Creador.

Entonces él, el infinito, concibió lo finito. Creó primero a Sótuknang para manifestarlo, diciendo:

—Te he creado a ti, la primera fuerza y el primer instrumento en forma de persona, para llevar a cabo mi plan de vida en el espacio infinito. Soy tu Tío. Eres mi Sobrino. Ahora ve y tiende estos universos en el orden correcto para que trabajen juntos y en armonía de acuerdo con mi plan.

Sótuknang hizo lo que se le había ordenado. En el espacio infinito recogió lo que habría de manifestarse como sustancia sólida. Hizo formas y las dispuso en nueve reinos universales: uno para Taiowa el Creador, uno para él mismo y siete universos para la vida que vendría. Al terminar Sótuknang fue con Taiowa y preguntó:

—¿Concuerda esto con tu plan?

—Está muy bien —dijo Taiowa—. Ahora quiero que hagas lo mismo con las aguas. Ponías en las superficies de los universos, para que estén divididas por igual entre todos y cada uno.

Así Sótuknang reunió en el espacio infinito lo que se manifestaría como aguas y las puso sobre los universos, de modo que cada uno fuese medio sólido y medio de agua. Otra vez fue con Taiowa y dijo:

—Quiero que veas el trabajo que he hecho y si te complace.

—Está muy bien —contestó Taiowa—. Lo siguiente es poner las fuerzas del aire en suave movimiento alrededor de todo.

Sótuknang lo hizo. Recogió en el espacio infinito lo que se manifestaría como aires. Los convirtió en grandes fuerzas que dispuso en corrientes suaves y ordenadas alrededor de cada universo.

Taiowa estaba satisfecho.

—Has logrado una gran obra de acuerdo con mi plan, Sobrino. Has creado los universos. Los has manifestado como sólidos, aguas y aires y los has puesto en los lugares apropiados. Pero aún no está acabada tu obra. Ahora debes crear la vida y su movimiento para completar las cuatro partes, Túwaqachi, de mi plan universal.

MUJER ARAÑA Y LOS GEMELOS

Sótuknang fue al universo que contenía lo que habría de ser Tokpela, el Primer Mundo. De ello creó a la que permanecería en esa Tierra y sería su ayudante. Se llamaba Kókyangwúti, Mujer Araña.

Al despertar a la vida y recibir su nombre, preguntó:

—¿Por qué estoy aquí?

—Mira alrededor —contestó Sótuknang—. He aquí la Tierra que creamos. Tiene forma y sustancia, dirección y tiempo, principio y fin. Pero no hay vida sobre ella. No observamos movimientos gozosos. No escuchamos sonidos regocijados. ¿Qué es la vida sin sonido ni movimiento? Por eso se te otorga el poder de ayudarnos a crear esa vida. Has recibido el conocimiento, la sabiduría y el amor para bendecir a todos los seres de tu creación. Por eso estás aquí.

Siguiendo sus instrucciones, Mujer Araña tomó un poco de tierra, la mezcló con túchvala (líquido de la boca: saliva) y formó dos seres. Los cubrió con una capa hecha de una sustancia blanca, la sabiduría creativa misma, y les cantó la Canción de la Creación. Al destapar a los dos seres, que eran gemelos, éstos se incorporaron y preguntaron:

—¿Quiénes somos? ¿Por qué estamos aquí?

Mujer Araña dijo al de la derecha:

—Eres Poqánghoya y existes para ayudar a mantener en orden a este mundo cuando se coloque la vida en él. Recórrelo ahora y pon tus manos en la tierra para que termine de solidificarse. He ahí tu deber.

Luego Mujer Araña dijo al gemelo de la izquierda:

—Eres Palóngauhoya y existes para ayudar a mantener en orden a este mundo cuando se coloque la vida en él. Tu deber es ahora recorrer el mundo y emitir sonidos para que se escuchen por toda la Tierra. Cuando esto se escuche serás conocido también como "Eco", pues todo sonido es el eco del Creador.

Poqánghoya, al viajar por la Tierra, solidificó las partes más altas y creó grandes montañas. Dejó firmes las zonas bajas, pero lo bastante manejables para que las usaran los seres que se colocarían en la Tierra y que la llamarían su madre.

Palóngauhoya, al viajar por la Tierra, hizo sonar su voz como se le había ordenado. Todos los centros vibratorios a lo largo del eje de la Tierra, entre Polo y Polo, resonaron con su llamada. Tembló toda la Tierra. El universo se estremeció en armonía con su voz. Así, hizo de todo el mundo un instrumento de sonido; y del sonido, un instrumento para transmitir mensajes, para hacer resonar la alabanza del Creador de todas las cosas.

—Es tu voz, Tío —dijo Sótuknang a Taiowa—. Todo está en armonía con tu sonido.

—Está muy bien —dijo Taiowa.

Al concluir sus deberes, Poqánghoya fue enviado al Polo Norte del eje del mundo; y Palóngauhoya, al Polo Sur. Juntos recibieron la orden de mantener en rotación correcta al mundo. A Poqánghoya fue adjudicado el poder de mantener la Tierra en una forma estable de solidez. A Palóngauhoya fue adjudicado el poder de mantener el aire en movimiento suave y ordenado y se le mandó transmitir su llamada de bien o de advertencia a través de los centros vibratorios de la Tierra.

—Éstos serán sus deberes en el tiempo por venir —dijo Mujer Araña.

Entonces creó con la tierra árboles, arbustos, plantas, flores y toda clase de semillas y nueces para vestir la Tierra, dando a cada uno vida y nombre. De la misma manera creó todo tipo de aves y animales; los formó con tierra, cubriéndolos con la sustancia blanca de su capa, y les cantó. Colocó algunos a su mano derecha y otros a la izquierda; otros más, delante y detrás de ella, para indicar cómo debían extenderse a vivir en los cuatro rincones de la Tierra.

Sótuknang fue feliz al ver lo hermoso que era todo: la tierra, las plantas, las aves y los animales, y la fuerza que obraba a través de todos ellos. Gozoso dijo a Taiowa:

—¡Ven a ver cómo nuestro mundo se ve ahora!

—Está muy bien —contestó Taiowa—. Ya está listo para la vida humana, el toque final para completar mi plan.

LA CREACIÓN DEL GÉNERO HUMANO

Así, Mujer Araña recogió tierra, ahora de cuatro colores: amarilla, roja, blanca y negra. La mezcló con túchvala, el líquido de su boca, la moldeó y la cubrió con la sustancia blanca de su capa, la sabiduría creativa misma. Al igual que antes entonó la Canción de la Creación sobre las formas. Al destaparlas eran seres humanos creados a la imagen de Sótuknang. Luego creó otros cuatro seres con su propia forma. Eran vrúti, compañeras para los primeros cuatro seres varones.

Cuando Mujer Araña quitó la capa las formas cobraron vida. Corría la hora de la oscura luz morada, Qoyangnuptu, la primera fase del amanecer de la Creación, primera revelación del misterio de la creación humana.

Pronto despertaron y empezaron a moverse. Sin embargo, sus frentes todavía estaban húmedas, y un punto blando coronaba sus cabezas. Corría la hora de la luz amarilla, Síkangnuqa, la segunda fase del amanecer de la Creación, cuando el aliento de la vida llenó al hombre.

Al poco tiempo el Sol apareció en el horizonte. Secó la humedad en sus frentes y endureció el punto blando de sus cabezas. Corría la hora de la luz roja, Tálauva, la tercera fase del amanecer de la Creación, cuando el hombre, terminado de formar y sólido, con orgullo volvió la cara hacia su Creador.

—Es el Sol —dijo Mujer Araña—. Por primera vez se encuentran con su Padre el Creador. Siempre deberán recordar y observar estas tres fases de su Creación. La hora de las tres luces, la morada oscura, la amarilla y la roja, que revelan el misterio, el aliento de la vida y el calor del amor. En ellos consiste el plan de vida que el Creador tiene para ustedes, como les fue dicho en la Canción de la Creación:


CANCIÓN DE LA CREACIÓN

La oscura luz morada asciende al norte, Una luz amarilla asciende al oriente. Entonces surgimos las de las flores de la tierra Para recibir una larga vida de regocijo. Nos llamamos las Doncellas Mariposa.
Los hombres y las mujeres llevan sus oraciones hacia el este,
Hacen la seña de respeto al Sol nuestro Creador.
El sonido de campanas inunda el aire,
Un sonido gozoso en toda la tierra,
Su eco regocijado resuena en todas partes.
Humildemente ruego a mi Padre, El perfecto, Taiowa, nuestro Padre, El perfecto que creó la hermosa vida Revelada ante nosotros por la luz amarilla, Nos dé luz perfecta a la hora de la roja.
El perfecto concibió el plan perfecto
Y nos otorgó un largo espacio de vida,
Creó el canto para arraigar la alegría en la vida. En este camino de felicidad, las Doncellas Mariposa Cumplimos sus deseos saludando al Padre Sol.
La canción resuena en nuestro Creador con regocijo,
Y los de la Tierra la repetimos ante nuestro Creador.
Al aparecer la luz amarilla
El eco gozoso se repite y vuelve a repetir, Suena y resuena a través de todos los tiempos.


El Primer Pueblo del Primer Mundo no contestó. No sabía hablar. Había que hacer algo. Mujer Araña recibía su poder de Sótuknang; debía llamarlo y preguntarle qué hacer. Así, invocó a Palóngauhoya y dijo:

—Llama a tu Tío. Lo necesitamos de inmediato.

Palóngauhoya, el gemelo del eco, envió su llamada por el eje del mundo hasta los centros vibratorios de la Tierra. Hicieron resonar su mensaje en todo el universo.

—Sótuknang, Tío nuestro, ¡ven en el acto! ¡Te necesitamos!

De súbito Sótuknang apareció delante de ellos, acompañado por un sonido como el poderoso viento.

—Aquí estoy. ¿Por qué me necesitan con tanta urgencia?

Mujer Araña explicó:

—Creé al Primer Pueblo como me lo ordenaste. Están terminados de formar y sólidos. Tienen los colores correctos, vida y movimiento. Sin embargo, no pueden hablar. Eso les falta. Quiero que les des el habla; además, la sabiduría y el poder para reproducirse. Así podrán gozar la vida y dar gracias al Creador.

Sótuknang les dio el habla, una lengua distinta a cada color, y respeto para sus diferencias. Les dio la sabiduría y el poder para reproducirse y multiplicarse.
Entonces les dijo:

—Con todo esto les entrego el mundo para vivir y ser felices. Sólo una cosa les pido: respetar al Creador en todo momento. Sabiduría, armonía y respeto hacia el amor del Creador que los concibió. Deberán hacerlo crecer y nunca olvidarlo mientras tengan vida.

Así, el Primer Pueblo se dispersó, fue feliz y comenzó a multiplicarse.

LA NATURALEZA DEL HOMBRE

La sabiduría prístina que se les había otorgado los hizo comprender que la Tierra constituía un ente vivo como ellos. Era su madre. Ellos eran de su misma carne y se nutrían de su seno. Su leche era el pasto en el que se apacentaban todos los animales y el maíz creado especialmente para dar alimento a la humanidad. No obstante, la planta del maíz era también un ente vivo con un cuerpo semejante al humano en muchos aspectos, y la gente integraba su carne en la propia. Por lo tanto, el maíz también era su madre. Así, conocían a su madre por dos aspectos a menudo sinónimos: Madre Tierra y Madre Maíz.

Su sabiduría también les mostraba a su padre en dos aspectos. Era el Sol, el dios solar de su universo. Aún no terminaban de solidificarse y de formarse cuando ya había aparecido por primera vez ante ellos, a la hora de la luz roja, Tálauva. Mas esto era sólo el rostro por el que miraba Taiowa, su Creador.

Los entes universales eran sus verdaderos padres. Sus padres humanos eran sólo los instrumentos por los que se manifestaba el poder de aquéllos. En tiempos modernos sus descendientes lo recordarían.

Al nacer un niño se colocaba a su lado su Madre Maíz (1), que permanecía ahí durante veinte días. Por el mismo periodo era tenido en oscuridad. Si bien su cuerpo recién nacido pertenecía a este mundo, seguía bajo la protección de sus padres universales. De nacer el niño durante la noche, temprano por la mañana se pintaban cuatro rayas con harina de maíz en cada una de las cuatro paredes y en el techo. Si nacía durante el día, las rayas se pintaban a la mañana siguiente. Estas rayas significaban que se le había preparado en la Tierra un hogar espiritual, además del temporal.

El quinto día, el niño era bañado con agua en que se había hervido madera de cedro. Luego se le frotaba el cuerpo con fina harina blanca de maíz, dejándola todo el día. Al día siguiente el niño era limpiado y se le frotaba con cenizas de cedro para eliminar el pelo y la piel infantil. Así se repetía durante tres días. Desde el quinto hasta el vigésimo día, era bañado y frotado con harina de maíz por un día y cubierto de cenizas durante cuatro días. Mientras tanto, la madre del niño bebía un poco de la infusión de cedro todos los días.

El quinto día se lavaba el cabello al niño y a la madre y se raspaba una raya de harina de maíz de cada pared y del techo. Las raspaduras eran llevadas al templo en el que se había depositado el cordón umbilical. Después, cada quinto día se quitaba otra raya de harina de maíz de las paredes y del techo, llevándola al templo.

Durante 19 días la casa permanecía a oscuras. El niño no veía ninguna luz. Temprano por la mañana del vigésimo día, todavía en la oscuridad, las tías del niño llegaban a la casa. Cada una llevaba una Madre Maíz en la mano derecha y deseaba ser la madrina del niño. Primero se le bañaba. Entonces la madre cargaba al niño sobre el brazo izquierdo, recogía la Madre Maíz que había estado junto a él y cuatro veces se la pasaba encima, desde el ombligo hasta la cabeza. La primera vez le daba un nombre; la segunda, le deseaba una larga vida; la tercera, una vida sana. Si se trataba de un niño, con la cuarta vez le deseaba una existencia productiva en su trabajo; si era niña, que fuese una buena esposa y madre.

Cada una de las tías hacía lo mismo a su vez, dando al niño un nombre de clan tomado del clan de la madre o el padre de la tía. Entonces el niño era devuelto a su madre. Ya la luz amarilla se asomaba al este. La madre cargaba al niño sobre el brazo izquierdo y tomaba la Madre Maíz con la mano derecha. Acompañada por su propia madre, la abuela del niño, abandonaba la casa y caminaba hacia el este. Ahí se detenían, vueltas hacia el oriente, y oraban silenciosamente, arrojando pizcas de harina de maíz hacia el sol naciente.

Una vez que el Sol hubiera rebasado el horizonte, la madre daba un paso al frente, alzaba al niño hacia el Sol y decía:

—Padre Sol, he aquí tu hijo.

Lo repetía y pasaba la Madre Maíz sobre el cuerpo del niño, como cuando le había dado un nombre. Deseaba que envejeciera tanto que tuviese que buscar apoyo en un bastón, probando así que había obedecido las leyes del Creador. La abuela hacía lo mismo al terminar la madre. Luego ambas dibujaban con harina de maíz un camino para la nueva vida hacia el Sol.

De esta manera, el niño pertenecía a su familia y a la Tierra. La madre y la abuela volvían a llevarlo a la casa, donde esperaban las tías. El pregonero del pueblo anunciaba su nacimiento y se daba una fiesta en su honor. Durante varios años el niño era llamado por los distintos nombres que se le habían dado. El que parecía prevalecer se convertía en su nombre; y la tía que se lo había dado, en su madrina. La Madre Maíz seguía siendo su madre espiritual.

Durante siete u ocho años llevaba la vida terrenal normal de un niño. Entonces tenía lugar su primera iniciación en una sociedad religiosa. Comenzaba a aprender que, pese a tener padres humanos, sus verdaderos padres eran los entes universales que lo habían creado a través de aquéllos: su Madre Tierra, de cuya carne nacen todos, y su Padre Sol, el dios solar que da vida a todo el universo. Empezaba a aprender, en suma, que él también poseía dos aspectos. Era miembro de una familia terrenal y de un clan tribal; y ciudadano del gran universo, al que debía una lealtad creciente conforme aumentaba su comprensión.

El Primer Pueblo entendía, pues, el misterio de su origen. Su sabiduría prístina también les revelaba su propia estructura y funciones, la naturaleza del hombre.

El cuerpo vivo del hombre y el cuerpo vivo de la Tierra estaban construidos en la misma forma. Un eje atravesaba cada uno de ellos. El eje del hombre era la espina dorsal, la columna vertebral que controlaba el equilibrio de sus movimientos y funciones. A lo largo del eje había varios centros vibratorios que repercutían el sonido primordial de la vida en todo el universo o daban aviso si algo estaba mal.

En el ser humano, el primero de ellos se encontraba en la parte superior de la cabeza. Ahí estaba, al nacer, el punto blando, kópavi, la "puerta abierta" por la que recibía su vida y se comunicaba con su Creador. A cada soplo de aliento el punto blando subía y bajaba en suave vibración, la cual se comunicaba al Creador. A la hora de la luz roja, Tálauva, la última fase de su creación, el punto blando se endurecía y la puerta se cerraba. Permanecía cerrada hasta su muerte, momento en que se abría para que su vida saliera por donde había venido.
Justo debajo se hallaba el segundo centro, el órgano con el que el hom bre aprendía a pensar por cuenta propia, el órgano pensante llamado cerebro. Su función terrenal permitía al hombre pensar sobre sus acciones y su obra en esta Tierra. No obstante, entre más entendía que su obra y acciones debían ser conformes al plan del Creador, más claro se le hacía que la verdadera función del órgano pensante llamado cerebro era cumplir con el plan de toda la Creación.

El tercer centro estaba en la garganta. Unía las aberturas de la nariz y la boca, por las que recibía el aliento de la vida, con los órganos vibratorios que le permitían devolver su aliento en forma de sonido. Este sonido primordial, como el que provenía de los centros vibratorios del cuerpo de la Tierra, estaba en armonía con la vibración universal de toda la Creación. Los órganos vocales producían sonidos nuevos y diversos en forma de habla y canto, su función secundaria para el ser humano en la Tierra. No obstante, conforme llegaba a comprender su función primaria, utilizaba este centro para hablar y cantar alabanzas del Creador.

El cuarto centro era el corazón. También constituía un órgano vibratorio. Latía con la vibración de la vida misma. En su corazón el ser humano sentía el bien de la vida, su propósito sincero. Era de Un Corazón. Sin embargo, había quienes dejaban pasar sentimientos malos. De ellos se decía que eran de Dos Corazones.

El último de los centros importantes del hombre estaba debajo del ombligo, en el órgano denominado ahora plexo solar por algunas personas. Según indica el nombre, era el trono del propio Creador dentro del hombre. Desde ahí dirigía todas las funciones del ser humano.(2)

El Primer Pueblo no conocía la enfermedad. Las personas no se enfermaban del cuerpo ni de la cabeza, hasta que el mal entró al mundo. Entonces un curandero, conocedor de la construcción del hombre, percibía qué andaba mal con una persona mediante el examen de estos centros. Primero colocaba las manos sobre ellos: la parte superior de la cabeza, arriba de los ojos, la garganta, el pecho, el vientre. Las manos del curandero eran instrumentos videntes. Sentían las vibraciones de cada centro y le indicaban en cuál la vida corría más fuerte o más débil. A veces el problema era sólo un dolor de estómago causado por comida no cocida, o un resfriado. Pero en otras ocasiones venía "de fuera", atraído por los propios pensamientos malos de la persona o de un Dos Corazones. En este caso el curandero sacaba de su bolsa un pequeño cristal que medía aproximadamente una pulgada y media, lo ponía al sol para iniciar su funcionamiento y a través de él miraba cada uno de los centros. De esta manera veía la causa del problema y con frecuencia la misma cara de la persona de Dos Corazones que había provocado la enfermedad. El cristal no tenía propiedades mágicas, decían los curanderos siempre. Una persona común no veía nada al mirar a través del cristal. Sólo servía para objetivar la visión del centro que controlaba los ojos del curandero, desarrollado por éste precisamente para tal fin...

Así, el Primer Pueblo se comprendía a sí mismo. Y así era el Primer Mundo en que vivían. Se llamaba Tokpela, Espacio Infinito. Su dirección era el este; su color, sikyangpu, el amarillo; su mineral, sikyásvu, el oro. Tenían importancia en él káto'ya, la serpiente de la cabeza grande; wisoko, el ave que comía grasa; y muha, la pequeña planta de cuatro hojas. En él, el Primer Pueblo vivía puro y feliz.

Notas:

(1) Una mazorca de maíz perfecta que termina con cuatro granos enteros en la punta.

(2) Los misticismos tibetano e hindú, al igual que el hopi, postulan una serie semejante de centros de fuerza o psicofísicos en el cuerpo humano. En ellos las fuerzas psíquicas se funden con las funciones corporales. La descripción de estos chakras coincide con la que hacen los hopis de sus centros de fuerza. Su posición corresponde aproximadamente a la de los centros físicos, pero su función es más psíquica que fisiológica.
El centro superior y más importante del misticismo oriental corona la cabeza, al igual que entre los hopis. Se trata del Sahasrara-Padma, el Loto de Mil Pétalos, y es asociado con la glándula pituitaria del cerebro. Como sede de la conciencia psíquica es tan importante que pertenece a un orden más elevado que los otros centros. De la misma manera como en la fe hopi, representa la "puerta al Creador" a través de la cual entra y sale la conciencia.
Debajo de dicho centro y justo enmedio de las cejas se encuentra el Ajna Chakra, el cual corresponde a la medidla oblongata de la fisiología moderna. Forma la base del cerebro y controla el sistema nervioso simpático.
FJ Visuddha Chakra es el centro de la garganta. Coincide con el plexus cervicus físico del sistema cerebroespinal y es asociado con el sistema respiratorio.

Debajo de dichos centros superiores están otros dos, asimismo idénticos a los del misticismo hopi. El primero es el centro del corazón, el Anahata Cabra. Éste corresponde al plexo cordial del sympaticus que controla el corazón y los vasos sanguíneos.

A continuación se encuentra el Manipura Cabra, el Loto Umbilical y "Trono del Creador" de los hopis, que corresponde al plexus solar del sistema simpático. Controla la conversión de las sustancias inorgánicas en orgánicas y la transmutación de las sustancias orgánicas en energías psíquicas.
El misticismo oriental integra otros dos centros no mencionados por los hopis. Se trata del Muladhara Chakra, el Centro Radical que forma la base de la columna vertebral; éste coincide con el plexus sacral y el plexus pelvis y representa el conjunto de las fuerzas reproductoras. Las funciones negativas relacionadas con el rechazo y la eliminación de los elementos que no pueden asimilarse corresponden al Svadhisthana Chakra, el cual se ubica justo arriba del centro anterior y coincide con el plexus epigastricus. Estos dos centros a menudo se combinan en uno solo.

Los siete centros siempre son enumerados en orden ascendente hacia la cabeza, conforme se vuelven sucesivamente menos burdos en su naturaleza y funciones. Cabe apuntar que los cuatro centros inferiores representan, respectivamente, los cuatro burdos elementos que componen el cuerpo del hombre: la tierra, el agua, el fuego y el aire. De acuerdo con la fe hopi, el cuerpo de la Tierra y el cuerpo del hombre fueron construidos con los mismos burdos elementos y en ese mismo orden. Señalaremos aquí brevemente que tanto el misticismo oriental como el hopi equiparan el cuerpo del ser humano con el de la Tierra; y los reñiros del primero, con los siete universos.

Fuentes: The Tibetan series, traducido y editado por W. Y. Evans-Wentz, Londres, Oxford University Press, 1927-1957; The Serpent Power, traducido del sánscrito por Sir John Woodroffe, Madras, Ganesh & Co., 1953; y Foundations of Tibetan Mysticism, por Lama Anagarika Govinda, Nueva York, E. P. Dutton & Co., 1960.