Este aspecto del simbolismo universal no solo revela, dentro de un contexto tradicional, las posibilidades de todo hombre cualificado, cualquiera sea su estrato, su condición u origen, sino también nos descubre, por otro lado (en otro de los tantos aspectos de la gran confusión de nuestra época), a los elementos subyacentes en las exageraciones e insubsistencias de los análisis racionalistas o literalistas que aplican, exclusivamente, dentro de un contexto moderno el método inductivo (relativamente aceptable, por otra parte, sin sus pretensiones de exclusividad o preeminencia) y que obliga, inexorablemente, a desembocar en no pocos diadelos (círculos viciosos en la definición y en la demostración) como pueden ser, por ejemplo, aquellos asociados a los cultos de "latría", "antropolatría" e "idolatría" o, por otro lado, a creer en las posibilidades de reacción o de aplicación social de ciertas degradaciones transformadas en ideologías que, al no contemplar ya, la irreciprocidad absoluta del principio metafísico y la consecuente dependencia total de lo contingente, expresan, sin principios reales, meras concepciones residuales, cuando no ciertas desviaciones con algún visaje de ser, entre otras, "imperialistas" o "monárquicas".
Por las razones mencionadas, quizás sea posible obtener algunas inferencias de valor que permitan a todo interesado un ulterior desarrollo del tema y, poder así, aprehender la naturaleza de lo que verdaderamente gobernaba en las sociedades tradicionales aborígenes y animaba el sello particular de sus gestos, de su acción ritual y de sus símbolos, es decir, las instituciones iniciáticas, donde todo hombre, cualquiera fuere su condición, podía encontrar y asimilar en si al Principio reinante y rector, coronándose, de acuerdo a los instantes esenciales de su cualificación, como verdadero Rey de "sí mismo" y cooperando al equilibrio de los mundos.
Por las referencias ordenadas de la analogía esto es muy posible constatarlo en el orden del simbolismo gestual asociado a la acción ritual de todo hombre aborigen suscrito al tránsito de la "senda sagrada" o "sendero ritual" como otra de las asimilaciones análogas respecto a lo que decíamos mas arriba sobre "la vía regia" o "la vía láctea" señalando, al mismo tiempo, la índole de sus actitudes fundamentales en percibir el mundo o asumir la existencia.
Basta repasar las notables coincidencias que, al respecto, es posible ratificar en las diversas sociedades o confederaciones y que han caracterizado al hombre de los mundos aborígenes, definiendo, en cierto modo, sus operadores mentales y su capacidad de asociar o asimilar a su propia condición cada acto de su vida cotidiana, cada componente estatal en el que se hallaba inmerso, cada elemento constitutivo de sus entorno o cada aspecto de su relación con el cosmos.
Así, por ejemplo, su primer referncial simbólico de asociación se hallaba constituido por el mismo punto de observación o el mismo punto central "desde donde se mira", es decir que, para una cualificada mentalidad simbólica el centro "se halla en todas partes" (16), ya que sus movimientos o desplazamientos locales se traducen propiamente en un estado de simultaneidad. Esto mismo adquiere cierta eminencia de orden colectivo en ocasiones de conjunción con todos los ordenes y aspectos correlacionados a los centros espirituales o a las locaciones particularmente elegidas por la geografía sagrada.
De tal manera que, desde un punto de vista parcial o proporcional si se quiere, del esquema universal de manifestación, las relaciones corporales, la condición de propio y el campo visual, también se hallan esquemáticamente determinados por la cruz de tres dimensiones en referencias del eje que, en este caso, marca un extremo de sumidad en la coronilla y traza la dimensión de verticalidad expresando la perspectiva de "arriba" y de "abajo" a la vez que establece, en el cuerpo humano la simetría izquierda-derecha. Congruentemente, la proyección de dicho eje determina dos diámetros ortogonales formado por cuatro radios o cuatro cuartos que se traducen en dos planos perpendiculares a la línea del suelo y expresando las dimensiones de horizontalidad: derecha-izquierda, adelante-atrás.
Dichas dimensiones reordenan, en cierto sentido el rito gestual de posición del cuerpo que, por lo general, adoptaba el hombre aborígen en todas sus actividades cotidianas y en principal relación con el "arriba" y el "abajo" a partir de un centro establecido que orienta el entorno espacial o los elementos circundantes.
De este modo (por citar uno de los inagotables aspectos) en las coordenadas obtenidas a partir de su situación el observador nativo sabía asimilar su derecha al "arriba", a la salida del sol, a los claros iluminados de la espesura, a los lugares elevados, a la cabecera de los ríos, al calor, etc., y, por ende, su izquierda al "abajo", a la puesta del sol, salida de ríos, frío, etc., es decir, una serie indefinida de vínculos cuyos significados analógicos quedan comprendidos dentro de "los tres mundos" y de "los cuatro sectores".
Los investigadores cualificados han de notar aquí la importancia de estas cuestiones, ya que surge ante nosotros la notable capacidad asociadora en expresar los significados universales por parte de la "mentalidad primitiva", amén de ese orden de aplicaciones que hemos estado mencionando y, a partir del cual, se derivan una gama inagotable de relaciones y de transposiciones que interactuan sin destituciones tanto verticalmente entre el cielo y el inframundo u horizontalmente en el mundo sensible o de la forma.
Esto quiere decir que, la mentalidad simbólica del hombre aborigen cualificado, en su estado original, se encuentra en una normal concentración en las ideas eternas, ya que su perspicacidad (17) de las formas, su intención, su gestualidad y acción ritual establecen, a partir de su condición y por participación, aquel vínculo que, es a la vez, centro de orientación permanente.
Dicha orientación es la demostración cabal de lo dicho, ya que se refiere, en esas mismas aplicaciones de todo orden (18) a establecer comunicación con los modelos celestes, asegurando la habilitación o la transposición del estado de perspicacidad al de identidad o el paso de la circunferencia al centro.
Si en tal sentido, tomamos algunos modelos de referencia, nos apercibiremos de las notables coincidencias, en lo esencial, entre naciones totalmente distintas entre sí, como ocurre, por ejemplo, con aquel aspecto fundamental del extremo superior del eje vertical (tomado desde el punto de vista ya aclarado mas arriba) asimilado a "la coronilla" que, desde el punto de vista de la tradición hindú, según A.K.Coomaraswamy (19) tanto como René Guénon (20) es, entre otros, la correspondencia orgánica del Brahma-randhra o el séptimo chakra, es decir: "el punto de contacto del individuo con el 'séptimo rayo' del sol espiritual" (21).
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En lo que sigue, y a modo de conclusión, podríamos redondear los aspectos mencionados, en relación a la mentalidad simbólica tradicional aborigen, advirtiendo, una vez más, que, sus operadores mentales, no se refieren a meras categorías o clasificaciones en el sentido convencional que estas pueden interpretarse modernamente, menos, a alguna forma de signo ilógico, alógico o pre-lógico adjudicado a las "culturas primitivas" y utilizado como sustituto del pensamiento racional.
Tampoco guarda relaciones directas con la impronta "mítico-simbólica" o "mágico-religiosa" de origen etnográfico ni con los aspectos residuales mayormente referidos a algún tipo de "espiritualismo" o a las prácticas psíquicas del neochamanismo.
De manera que, sumando lo ya expuesto (con particular acento en el esquema universal de manifestación) creemos atraer esta cuestión a su lugar correcto, en un intento de ampliación de este punto preciso, cuando expresamos la noción mas aproximativa de tabula (22) de donde deriva una modalidad mental que opera indefinidamente con símbolos y en forma sintética, como en un cuadro ordenado de nombres, figuras, acontecimientos, valores o magnitudes superpuestas y adaptadas al genio particular de cada nación.
Como para dar tan sólo un ejemplo de dicha adaptación y corroborar, al mismo tiempo, el grado de su universalidad, mencionamos el caso de esa extraordinaria e inspirada adecuación escrituraria llamada tabula generalis u octava parte del ars generalis de Raimundo Lullio y en donde queda de manifiesto una mínima parte de lo que queremos decir.
Lo que queremos decir, precisamente, es que, en lo esencial, el método dialéctico del modus escriturario de Lullio corresponde, por ejemplo, a la misma mentalidad tradicional que la del aquel artígrafo que hace miles de años grabó en la pared de una cueva del Cingle de la Mola Remigia (Castellón) parte del esquema universal representado por un emplumado dignatario "solar" en posición central respecto de cuatro enmascarados guerreros encardinados y que hemos heredado en calidad de "pintura rupestre". Igualmente (entre innumerables ejemplos) el caso de una roca de Alta, en el Círculo Polar Artico, donde otra "pintura rupestre" (puesto11, Ole Pedersen 9) expresa singulares detalles sobre cuatro hombres que se agarran de un disco oval. Asimismo, y, con todas las diferencias formales habidas en los ejemplos mencionados traemos a colación el mismo mensaje esencial tanto en la concepción arquitectónica de La kalassaya, o Puerta del Sol en Tiwanaku, Bolivia (donde se encuadra perfectamente el sol equinoccial) como el intihuatana de Machu Pichu en el cual se ejecutaba una operación fundamental en el punto mas alejado del solsticio. (23).
Por otro lado, no resulta muy difícil encontrar significados equivalentes expresados sintética y esquemáticamente en todo tipo de manifestaciones prehispánicas como ser "mitos" y rituales: a saber, por ejemplo, los casos de las denominadas "culturas del oro" de Colombia. En tal sentido, los kogi herederos del tesoro aurífero tairona que cualifican (entre varias relaciones correspondientes) con la misma voz técnica nyui, tanto al sol, al oro, a la pieza de orfebrería, al dignatario o al hombre "de conocimiento", etc., también han heredado uno de sus máximos ritos consistente en la representación del sol por parte del sumo dignatario rodeado de cuatro fogatas y cuatro sacerdotes a título de los cuatro puntos cardinales. Luego de las circunvalaciones y detalles respectivos llega el momento culminante anunciado por el apagamiento de las fogatas, el silencio y la obscuridad total, hasta que deviene la visión por la cual se percibe todo el ámbito sagrado, iluminado por una luz interior (El Sol espiritual). Dicho instante es denominado "principio del oro que brilla" o "el comienzo del brillo áureo". Del mismo modo, se encuentran en toda el área, tribus tales como los tumaco, calima, quimbaya, muisca, etc., cuyos mitos, expresiones y ritos son formalmente diversos y se distinguen entre sí, lo cual no impide, en una profundización del simbolismo, hallar la misma raíz primordial.
Evidentemente, nos hemos estado refiriendo a los usos originales, a los modos operativos quizás menos entrevistos del simbolismo aborígen, por lo cual la materia de estudio y la abundancia de renglones aún existente y a la mano, abre un abanico insospechable de posibilidades que puede permitir a los interesados incluirlas en el rango universal de la mentalidad tradicional, por supuesto que, traducida esta, a su noción original y como expresión de la mas alta intelectualidad.
Por último, como para reforzar una definición aproximada de dicha mentalidad, diríamos que, en primera instancia, es una aptitud de perspicacidad (en aquel sentido aquí definido, nota Nº 17) en la disposición combinatoria de relaciones de semejanza o correspondencias de las imágenes sensoriales del objeto que expresa un determinado sentido y que, luego, puede ser resuelta, por medio de la influencia y de la concentración inherentes a la acción ritual, en las modificaciones o superposiciones del primer significado del contenido que ya , como analogía inversa, puede ayudar o lograr la intuición no sensible, en un acto súbito de indentidad y, salvar así, la distancia entre la representación y el objeto o entre el símbolo y lo simbolizado.