“Hazme ver, ¡Oh Allah!, las cosas tal como son, designando por “las cosas” todo lo que no es Allah ¡que Él sea exaltado!”
Muhyi-d-din Ibn ‘Arabi
(Tratado de la Unidad)
El tema implícito en la “ilusión verbal” o específicamente en torno a lo ”literario” de nuestro caso y que sumariamente abordaremos relacionado con la modernidad, es sin embargo de larga data, ya que en sus puntos esenciales trata, en términos ontológicos, sobre la naturaleza y el origen de dicha ilusión, los cuales, inclusive, no dejan de alcanzar consideraciones orientadas a ordenes mas elevados. Ello ha servido de soporte a las consideraciones de muchos comentadores y tratadistas desde la antigüedad a nuestros días. Entre ellos tenemos a Platón y Aristóteles que basaron puntualmente algunos estudios en torno a los sofismas y a los sofistas. También tenemos el caso de San Anselmo, entre otros medievales, quien se explayó largamente sobre las ficciones de la palabra y la simulación de la realidad: “La palabra y la realidad van configurando juntas el espacio de la mentira”. Mas cercanos a nosotros y con diferentes perspectivas eruditas tenemos a Michel Henry de C'est Moi, la Verité y al último Heidegger de la “Época de la imágen del mundo” quienes se han aproximado bastante a los puntos de vista tradicionales. En este orden de citas no podemos dejar de mencionar la extraordinaria labor de René Guénon, cuya obra general es recomendable e indispensable, particularmente, para este caso, en sus consideraciones sobre el mundo moderno y específicamente en sus anotaciones sobre el “verbalismo”.
Entrando en el tema es evidente que la denominada “entidad literaria” dentro del contexto moderno ha actuado como un disparador en la producción industrial de imágenes virtuales, presentadas hoy como una característica de dicha mentalidad. La profundización de estas relaciones a la luz de los conocimientos tradicionales puede quizás contribuir a confirmar, una vez más, que el carácter contingente y la velocidad del movimiento fenoménico que ha adquirido hoy la “realidad” de nuestro mundo actual, impresiona y sobrepasa a las capacidades intelectivas del hombre contemporáneo, débil ya, para discernir el proceso de los ciclos y ejecutar la primordial aprehensión y una correcta conversión del tiempo.
Este devenir que vivimos, en términos generales, es sustentado por un modo de pensamiento cada vez mas alejado de los principios ancestrales, ya que vive sumergido en la ilusión de ser una entidad separada de los acontecimientos universales y causales, que sólo analiza y observa los movimientos y objetos del devenir del mundo en ese sentido parcial, lato o literal que se desprende de las ficciones y de las imágenes artificialmente producidas, rechazando a la vez, toda representación original, intelectual y real contenida en las significaciones tradicionales de la manifestación.
Creemos que esta ”imposición cultural” ha sido eficazmente propagada y arraigada a medida de lo que ha sido la constitución de la literatura profana, en tanto que entendida como vehículo de transmisión e información de los conocimientos modernos. Como veremos, su desarrollo o mejor dicho, el uso y el agotamiento residual de sus aplicaciones, ha marcado indeleblemente a toda una civilización que, por su intermedio, ha venido rindiendo un culto desenfrenado al individualismo y a las ficciones.
De tal modo, que en lo tocante al desarrollo de la literatura profana (como “Literatura” se designa hoy a todo lo que se lee, también a todo lo que se imprime) señalaremos, como para tenerlos en cuenta, a ciertos influjos negativos (basados en el desarrollo de todos los grados contenidos en los aspectos tanto racionalistas como irracionalistas del sentido literal profano e inherente a la mentalidad literaria respectiva) y que detrás de dicho rótulo se ejercitan en las sociedades modernas. Ello se hace necesario, a los fines de un gradual esclarecimiento, que dentro de nuestras breves apreciaciones pueda relacionarse con la naturaleza del lenguaje y luego con aquella de la escritura. Quizás dentro de las referencias y comparaciones de estas pueda surgir lo mas interesante que serían las alusiones a sus funciones particulares, que en estado normal y no secularizado, se refieren directamente al simbolismo y, por lo cual, desde el punto de vista tradicional, sería indivorciable del ejercicio por el cual se definen claramente las cosas como un arte que revela la cognosibilidad de lo fenoménico por imitación y participación con las Ideas principiales. A la luz de este sentido se justificarían algunas consideraciones que confronten a las nociones modernas y corrientes del término “literatura”. Más aún, si tenemos en cuenta, tal como hemos dicho, la importancia que siempre se le ha otorgado a esta en la formación mental del hombre occidental contemporáneo.
Es indudable que la influencia de la literatura (sea esta “realista”, “ficticia”, de “anticipación” o “neo-espiritualista”, correspondientes respectivamente, al cientificismo, al filosofismo y la ensayística, a la novelística en general, a la ciencia-ficción, al psicologismo y a la nueva-era) en los antagonismos que conforman la edad moderna, nos permite vislumbrar la naturaleza de aquellos patrones que han abolido al símbolo tradicional de la conciencia del hombre. Dichos patrones se han erigido como los elementos difundidos y divulgados para la configuración de un mundo en donde se excluye la captación real de la manifestación y la aprehensión esencial sugerida en la autoridad de la Sophia perennis.
Según estas consideraciones cabría considerar, por otro lado, al advenimiento indiscriminado de la lectura profana en el mundo moderno como a una “invasión mental” donde quedan fatalmente abolidos los modos tradicionales de transmitir la antigua sabiduría y en donde se pierde casi definitivamente la inocencia del hombre o esa pureza del corazón que aún podemos ver en algunos representantes de las sociedades tribales sobrevivientes, en los campesinos aislados de la modernidad o en las tradiciones vigentes y vitales como el Islam. Es esa misma pureza que ha extraviado el hombre moderno en su ilusión de un distorsionado “progreso individual” o en los prometeicos derechos a una alfabetización exclusivamente secular, a la ilustración sin sentido trascendental y a la informatización artificial. De nada sirve una sobrecarga de información o de conceptos mentales que no captan la esencialidad de las realidades del mundo, ya que de este modo se erigen en una suerte de neo-sofística o de “saber inútil” contrario al objetivo primordial del ser, en tanto que trascendencia del estado propio por medio de la verdadera sabiduría o “inteligencia del corazón”.
Es en este punto de nuestro comentario, que quizás sea necesario rescatar un aspecto positivo de la literatura moderna, en cuanto esta sea enderezada como vehículo “explicativo” de todas estas cuestiones antagónicas y constitutivas de la modernidad, quizás no sea ella, evidentemente, el medio mas adecuado como para enseñarnos de nuevo que significado esencial tienen las “cosas” y el “mundo” que las contiene, pero sí puede convertirse en un medio adaptado y en donde las referencias activen bajo dicho sentido “explicativo” un despliegue de los datos tradicionales. Esto, en cierto sentido, permitiría revertir la tarea del pensamiento crítico moderno consistente en las dos etapas de acentuar primeramente la “mundanidad” para luego descender a las gradas de la “hipermundanidad” como gesto o acto radical de abolir los estadios transmundanos superiores del ser. De este modo creemos que los problemas de la “verdad” y del “conocimiento”, planteados por el pensamiento moderno, sufren en parte, los influjos de un “empirismo literario” que se traduce en una ilusión verbal sustentada por el aparato de lo que ya se ha convenido en designar, genéricamente, como “la literatura moderna”. Comprender las funciones especiales de esta nos conduce a considerar brevemente y, desde cierto ángulo, el significado propio de término.
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Al menos en un sentido derivado, la dicción parece indicar una íntima relación con la noción de “escritura”, ya que por vía del latín litteratura, cuya raíz es littera o sea “letra del alfabeto”, transcribe literalmente al término griego grammatiké (1). Pero, si nos remontamos a las formas mas antiguas, es posible deducir que de los aspectos inferiores de la expresión jeroglífica e ideogramática se haya aislado algún componente con posibilidades no-simbólicas y mas tarde “extramitográficas”. Puede deducirse también de ello, la posterior aparición de los “modelos logográficos” de notación lingüística por los cuales ya no es posible acceder normalmente (precisamente por ausencia de la acción del símbolo) a la “visión” de las ideas, limitándose la capacidad intelectual del hombre a lo específico del lenguaje. Así nace el alfabeto, si se quiere, en cierto sentido arbitrario del término (2). Este, desarrollado por los griegos a partir de los abecedarios y silabarios de las primeras reglas aparece (luego de una serie de sistemáticas reelaboraciones históricas) en el mundo moderno como uno de los principales vehículos de las “ideas” relativas al “espectro” científico y cultural de la mentalidad occidental y en cierta oposición con todo aquello que represente al origen aritmológico y ritual de la palabra tal como se halla contenida en las diversas expresiones tradicionales(3).
Esto es de tal modo, que dentro de sus consecuencias, obtenemos la inferencia de que el desarrollo de la escritura ha significado de por sí la introducción de profundas modificaciones en los hábitos mentales del hombre (4), y debemos pensar, además, que dichas consecuencias serían aún mucho mas complejas desde el punto de vista de la literatura profana, ya que por medio de ella se promueve un individualismo extremo como predicamento de base en la “configuración” de las ficciones y en donde se hallan ausentes las representaciones de una verdadera espiritualidad.
Esas mismas ficciones son las que, desde cierto sentido tradicional, contribuyen en parte a la aceleración rítmica que altera, incluyendo el punto de vista sensible, los fundamentos naturales del mundo.
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A modo de referencia, podemos señalar que no sólo el Génesis nos relata la transmisión del ruah elohim (soplo divino) como origen de la vida. Casi todas las cosmovisiones tradicionales identifican el “hálito” del Espíritu Universal como soporte de la vida, de la inteligencia y del pensamiento puesto en “acción”.
Por ejemplo, dentro del taoismo, en su doctrina metafísica, hallamos ciertas nociones técnicas que despliegan la teoría de las corrientes primordiales del ”aliento” y de su intervención en la gestación del universo. En particular, se destacan aquellas condiciones que concurren a la formación del espacio como continente de todas las criaturas.
También en las concepciones metafísicas de la India se otorga a la noción de “hálito” características infusas y difusas penetrando y relacionando los estados del Ser total.
En una relación de grado es posible vislumbrar aquí ciertas implicaciones (positivas o ya negativas) relacionadas con las determinaciones que modifican nuestro mundo (por ejemplo, entre ellas el tiempo o el espacio). La referencia apunta a señalar aquellos aspectos que se activan mediante las aplicaciones, ya sonoras, ya figurativas (en lo que se refiere a sus distintos grados) y que se incluyen en las propiedades del verbo.
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Expresada en parte esta suerte de salvedad de principio, y con el objeto de justificar, como ya hemos dicho, cierto valor en torno a las consideraciones sobre la literatura(5), mencionaremos, desde cierta perspectiva, aquellos aspectos que se designan también con dicho término, intentando vislumbrar, desde diversos ángulos, a lo ya aludido sobre sus funciones y su verdadero grado de importancia.
No debemos olvidar que es en los últimos decenios de nuestra época en los que se ha dado una profusión del concepto, incidiendo sobremanera en el lenguaje y en una producción industrial de las imaginerias virtuales. Circunstancias estas por las cuales debería corresponderle parte de la influencia que se halla detrás de la incesante modificación en las actuales condicione del mundo.
Sea lo que fuere lo que haya coadyuvado a la entronización de la literatura en la sociedad moderna, no deja de tener relación, en parte, con los presupuestos de esa “crítica” (6) que mencionábamos, como también con aquellas repercusiones sobre la teoría del “texto”(7) y que, en cierto modo, han sido utilizadas como basamento para el abandono paulatino de algunos interesantes métodos de expresión supervivientes y que aún conllevaban cierto rigor tradicional en la relación de las palabras fundamentales con las nociones originales. Ni hablar de algún intento de rectificación, (imposible por otra parte) dentro de un contexto de maquinación irreversible y en una permanente “evolución de significados”, ya que esta índole de “novedad literaria” es como el leiv motiv de la mentalidad moderna, siempre refractaria a considerar cualquier equivalencia verdaderamente originaria; y es la razón fundamental por la cual se haría imposible cualquier representación integral de la realidad en el sentido tradicional que toman las artes repetitivas respecto de los ejemplos primordiales(8), ya que para ello, sería indispensable una asimilación “arcaica”, de lo que significaría en este caso, la identificación con la “Ciencia de los Nombres Universales”(9).
Evidentemente, que ello se encuentra relacionado con el tema de la palabra primordial (doctrina relacionada a los orígenes de las humanidad) y al cual es posible correlacionarle todas las concepciones posteriores del lenguaje que dentro de un marco tradicional se han dado en los diversos pueblos a través de las edades. Esto nos lleva a reflexionar sobre el drástico giro que implica el abandono del sentido primordial en los modos de expresión y en los lenguajes contemporáneos.
Así, al observar el proceso dado en el acrecentamiento de los tratamientos lingüísticos profanos, particularmente, entre los referentes que señalan el desarrollo de la escritura y aquel punto no muy lejano que marca el hito de la aparición de la imprenta surgirá la posibilidad de localizar al mismo momento histórico que indica la clausura plena de la palabra primordial y el desarrollo de la literatura propiamente dicha (10) en los idiomas de convención.
Por otro lado, es probable que esta cuestión de lo exclusivamente “literario” revele y justifique los planteamientos donde se señalan, entre otras cosas, una ausencia casi completa, (por un divorcio, primeramente de la idea, para luego perder de vista a la cosa) de los modos correctos de transposición que relacionan los pensamientos a las esencias primeras. De tal modo, que es así posible comprender sin dificultades, que la confusión ficticia de la terminología reside, en una primera instancia, en tomar a esta como “materia nominalista” quitando las funciones tradicionales de representación y confundiendo, en ocasiones, aquello a lo que normalmente solo debería representar, ya que los términos no son fijativamente específicos ni “inmateriales”. En principio son representaciones simbólicas de ideas que expresan la formalidad o la no-formalidad de determinados órdenes como suelen representarse en pro de una síntesis universal en las exégesis tradicionales y tal como ello puede constatarse en la conformación funcional de las lenguas sagradas de la humanidad.
Es, precisamente, la negación de dicha conformación la que establece radicales diferencias entre los modos de pensamiento tradicionales y la mentalidad moderna tal como esta se ha dado en occidente en las ramas de la ciencia, de la filosofía y del arte. Una de estas diferencias consiste en la total falta de apercibimiento por parte de dicha mentalidad de lo que es un verdadero símbolo puesto “en acción” que no hace mas que ejecutar la llamada de atención a la permanente actualidad del “eterno presente”.
Como se sabe, por otra parte, el término “símbolo”, como tantas otras nociones tradicionales, ha sido adoptado por la mentalidad moderna y es profusamente utilizado para fines totalmente alejados y extraños a su verdadera significación, y cuyas propiedades, por determinaciones casi irreversibles, se hallan realmente vedadas a dicha mentalidad.
Una de las tantas razones explicativas de dichas determinaciones se refiere a la imaginería virtual de la mentalidad moderna siempre separativa de una conciencia de la realidad de la manifestación en el principio. Separación que conduce a la confusión entre Idea eterna e “idea arquetípica” y, consecuentemente a esta con el “pensamiento” lo cual, además, lleva, entre otras cosas (por ejemplo, a la consabida confusión de lo psíquico con lo espiritual), al error de tomar a lo abstracto por lo simbólico, y por consecuencia, se es conducido al desarrollo de un nominalismo carente de una “ciencia de los nombres” o de conferir analogías a las existencias particulares por medio de las atribuciones esenciales.
Dicho cuadro de situación, es el que también ha desembocado en todo tipo de expresiones, ya eruditas o ya “esotéricas”, que pretenden que el lenguaje es la materia misma con la cual se hacen las “ideas”.
Confundir, por ejemplo, lo universal con lo general, lo específico con lo genérico o, por otro lado, a lo “abstracto” con lo “concreto” y definir las nociones de lo “real” mezclando con preceptivas de lo “natural” o de lo “artificial” es lo que, evidentemente, otorga al pensamiento moderno ese carácter “polisémico” que imprime cierto “sin sentido” ya muy generalizado en la aplicación de ”lo propiamente dicho”, ya que no se trata de la “cosa” ni de la idea propia de la cosa, sino de un término meramente convencional que refleja fielmente a un hábito mental que no confiere sentido a esa cosa por razón de que sólo define palabras y no objetos, es decir una ilusión verbal que invierte las relaciones entre el principio y la manifestación.
De este modo podemos vislumbrar que así como una cosa es la “idea pura” y otra, en relación a su analogía descendente, es la “idea arquetípica” (11) que la representa, otro es también el “pensamiento” siempre que se entienda ello sin valor alguno desde el punto de vista metafísico. Así mismo, otro es también lo que se designa como “habla”, por lo cual es sencillo deducir que partiendo desde el punto de vista de la manifestación la palabra es símbolo del concepto mental y este de la “idea”. De ello, cabe destacar la inferencia que nos informa de las desviaciones del pensamiento no correctamente asimilado a los principios y que luego, por fuerza, deviene en los errores lógicos (juicios mentales extraviados), facilitados por los procesos de uso moderno, que logran hoy, paradógica y gramaticalmente, de acuerdo a dicho uso, ser “correctamente” expresados.
Para ejemplo de contrastes, debemos referirnos a la mentalidad “arcaica” que, en su desarrollo originario normal, nunca se ha visto confundida en las percepciones generales ni en la reproducciones miméticas y artesanales del mundo, ya que no disociaba “interior” de “exterior” ni “esencia”, “forma” y “naturaleza” o “idea”, “palabra” y “cosa”. Es esta misma disociación de los órdenes la que conlleva la confusión de los objetos y luego la de los términos, lo cual desemboca en la consabida ficción o espejismo verbal. Desde cierta perspectiva ninguna palabra per se es capaz de llevar a una idea que se pretenda originaria. Para ello es necesario el objeto como soporte simbólico, el cual debe mantenerse como centro de atención a los efectos de que su ligazón con la idea y la palabra permitan a esta última integrarse a la significación universal, tal y como suele esta expresarse por medio de los cuatro sentidos tradicionales desde el punto de vista de la manifestación, pero, con rigurosa reserva del principio, que es sin sucesión, absoluto, eterno e inmutable.
Dentro de estos cuatro niveles y desde un punto de vista tradicional de la manifestación a tres de ellos es posible, en cierto modo, asociarle un carácter “explicativo” en aquel sentido ”arcaico” de “desplegar lo envuelto” al que se refieren diversas formas tradicionales, tal como, por ejemplo, podemos constatarlo en el simbolismo y en la cualidad fonética e ideográfica del carácter chino chèn = desplegar = explicar y que también designa al Este como punto cardinal por donde hace su aparición la luz.
Creemos que es precisamente, en el sentido de un ulterior desarrollo de estas cuestiones indicadas, que podría darse un resultado mas que interesante, ya que profundizaría así las observaciones que hemos hecho sobre el término “literatura”. A ello, puede añadirse algunas citas de acepciones afines que como “filología” o “etimología” guardan indicios evidentes de haber sido tratadas en la antigüedad y en la edad media con clara conciencia de cumplir una función simbólica por sobre el sentido exterior o “escolástico”.
Por ejemplo, en la misma composición del término philología es posible destacar ciertos sentidos superpuestos a los grados correspondientes en que se hallan relacionadas la “palabra” y la “sabiduría” (uno de los mas importantes es el que enlaza con el “don de lenguas”). Aunque es necesario insistir sobre las alteraciones literarias de este como de otros términos, por lo cual no debemos prestarnos a confusiones, en tanto seamos capaces de asimilar las funciones analógicas y las asignaciones atributivas precisas que emanan de un ordenamiento universal, primordial y tradicionalmente entendido.
En tal sentido y en cuanto a los grados del Ser, recordemos no sólo las invectivas de Platón en contra del tratamiento sofista de los términos y del reduccionismo irracionalista del símbolo ejecutado por algunos poetas, sino también la función correcta y el verdadero lugar que corresponde al ejercicio de toda mímesis, imitación. Es decir, el tercer grado después del mundo sublunar, fenoménico o sensible, el cual ocuparía respectivamente el segundo grado, y ambos por debajo, en estado de irreciprocidad, respecto del mundo celeste de los prototipos o de las Ideas arquetípicas. Este es el orden simbólico, que por un lado, se les atribuía a la Gramática, a la Lógica y a la Metafísica; en correspondencia con el sentido literal, la analogía y la anagogía. Conviene reiterar a esto último que, según las mas elevadas nociones tradicionales, falta aún, la transposición definitiva y única a lo absoluto y permanente, del cual las “ideas arquetípicas” no son mas que un alto grado legítimo de aproximación en estado de irreciprocidad.
Si es posible vislumbrar, de acuerdo a las palabras de Platón, que toda confusión de sentidos proviene de la pérdida de los principios(en relación de aquello por lo cual todas las tradiciones se constituyen bajo la nómina técnica de ”norma universal”) también se puede inferir que de la confusión de dichos sentidos se haya desligado una forma de “conceptualización acomplejada” ocasionando ciertos tecnicismos que predominan, particularmente, a partir de las obras de Cicerón donde las aplicaciones relativas a las nociones generales (“filología” por ejemplo) ya comienzan a confundirse con aquellos aspectos convenidos bajo la denominación de “erudición” o el conocimiento concerniente a las “cosas literarias”.
En esto mismo se origina el actual neo-filologismo como suerte de sincretismo entre los conceptos desviados de la antigua ciencia y las formulas de la lingüística moderna que, entre otras cosas, ha contribuido como uno de los componentes de la “mentalidad literaria” tan hondamente arraigada en la conciencia del hombre occidental moderno.
Quizás, de algún modo, puedan servir estas referencias para quienes deseen constatar los sentidos y objetivos fundamentados en la antigüedad y en la edad media, y poder así, hallar “los rastros” de diversos corpus completos que permitan, además, reconstruir “el esquema universal de manifestación” que anima a “las obras maestras” producidas en esos períodos históricos.
La comprensión cabal de los rectores de dichas obras no sólo aportaría la elucidación eficaz de innumerables puntos doctrinales y de referencias precisas de una concordancia universal, otorgaría, además, un excelente marco para la asimilación de la mentalidad simbólica tradicional , que nunca, bajo ningún aspecto, deja de ser inherente al perenne conocimiento perfecto y completo de la realidad aritmosófica, que se irradia del núcleo permanente e inmóvil, y que sustenta al universo.
Por otro lado, estos mismos puntos señalados, distinguen claramente los límites entre los primeros modos de fijación escrituraria (vinculados a la mentalidad simbólica tradicional de los primeros copistas y aún de los posteriores filólogos) y los actuales sistemas de “crítica textual” que al desconocer las aperturas esenciales y superiores del simbolismo tradicional, ya han comenzado, en su impotencia, una travesía de significaciones abstractas otorgándole ese carácter de “irracional” o “ilógico” al mismo concepto de símbolo.
En tal sentido, nos sentimos obligados a reiterar la recomendación a un contacto de primera mano o, al menos, a aquellas referencias fieles de la obra de René Guénon, quien ha referenciado abundantemente y con “lujo de detalles” todo lo que se resume en aquel punto de inflexión que señala la mas grave crisis en cuanto a la profanación de los conocimientos dados al hombre, y que, en el sentido no heterodoxo, nunca han dejado de ser meros símiles de la Gnosis o del Conocimiento por excelencia. Tal profanación sólo puede tener un destino que es el de la descomposición y la consecutiva desaparición, como consecuencias de la desvinculación de la Ciencia Sagrada, cuya índole primordial asegura la ortodoxia respecto de los principios y la ortopraxis como práctica de los mismos. Es decir, de una doctrina tradicional con dos aspectos indivorciables, uno interior e intelectual y el otro exterior y formal que contemple aquellos asuntos accesorios, rituales y vitales, en tanto que traductores de ese estado intelectual, que como ya hemos dicho es en exigencia inexpresable.
Casi podríamos emplear las mismas consideraciones generales en aquello que concierne a la “etimología”, o mejor dicho a la pseudoetimología moderna, sino fuera por la mayor ilusión de conocimiento que genera en la actualidad su uso. Por lo cual requiere que nos extendamos, aunque sumariamente, sobre algunos de sus aspectos.
A grandes rasgos, dicho sistema consiste en la costumbre de citar el origen, la raíz o los pretendidos principios de aquellas voces de las cuales se tratan, lo cual ha generado el abuso de intercalar en los textos dados una gran cantidad de formas convenidas sólo por erudición.
Por la misma naturaleza libresca de este procedimiento, que intenta explicar una palabra buscando en un estado anterior del que proviene la misma, es que se termina, en los contextos literarios modernos, muy alejados de los verdaderos orígenes que se pretenden explicar, ya que ante la negligencia del simbolismo tradicional (del cual toda voz es parte significante) o de las verdaderas exégesis de libros sagrados y revelados (tal como aún se dan en el Islam), no hay modificación de substancia, ni siquiera con el talento demostrado en el dominio formal de varias lenguas (12).
Cabe explicarnos, a los fines de reforzar nuestra apreciación sobre las formulas “etimológicas” empleadas con criterio analítico e “historicista” y basadas en un sistema, cuya naturaleza expresa exclusivamente aquello relativo a la cantidad a la que son sometidas la sinonimia el “comparatismo” y el parentesco.
Estos, tal como hoy se aplican, proceden de las reglas que impusiera la “lingüística histórica” del siglo XVIII, por lo que, evidentemente, en lo que al título de etimología se refiere, nada tendría que ver con los conocimientos comprendidos dentro de aquella doctrina, que con el mismo nombre, se ejercía desde la antigüedad y durante casi toda la edad media. Dicha doctrina, de aplicaciones precisas, se apoyaba en las combinaciones sagradas que relacionaban por analogía a las raíces naturales del habla con los nombres atributivos de la Divinidad.
Tales nombres primordiales conciernen mas a la intuición de las esencias que al lenguaje mismo, lo cual establece, que la etimología, en el sentido antiguo del término sólo es capaz de aproximarnos simbólicamente a la Causa de la génesis verbal.
Por lo dicho, se ha de comprender, que las dificultades e ilusiones solo han de aumentar y agravarse cuando se pretenda, por el método moderno, es decir, literalmente y con mentalidad literaria, abordar la resolución de los significados tradicionales.
En tal sentido hasta la propia interpretación literaria del término “etimología” produce confusiones, ya que viene del griego etimo, verdadero y logos, palabra, por lo cual la aplicación literal de dicho sentido, en ausencia del símbolo y de significación esencial, rubrica y avala los artificios e induce a la ilusión verbal al no saber impedir la arbitrariedad en la elección de las palabras verdaderas.
Conviene resaltar aquí el desconocimiento de ciertas posibilidades “extramentales” por parte de dicha mentalidad, resumidas en un verdadero orden analógico, y que puede también presentarse como un método completo en sus dos polaridades, tal como es expresado por todo símbolo o “dato tradicional” capaces de transmitir influencias que otorgan las posibilidades de “intuir” aquello que no sólo es indemostrable, sino que, en rigor, es inexpresable.
En cuanto a las objeciones sobre ciertas concordancias halladas mediante los tratamientos no tradicionales son, en nuestro caso, de ningún modo considerables, ya que el hecho de que el significado etimológico del nombre tenga, al menos, una parte del sentido que el mismo nombre encierra, sea quizás, una de las causas por la cual, dentro de un marco libresco, algunos eruditos pretendan agotar, directa o indirectamente, el sentido original de los nombres propios. Demuestra ello, a la luz de la tradición, que no se advierte la insuficiencia de tal sentido para alcanzar las verdades que se desean tratar, por la sencilla razón de la inaprehensibilidad de tal virtud respecto del sonido inicial o verbo primero, que identificado en conformidad con el principio supremo, se constituye en la verdadera causa de todo lo que corresponde a la denominación de las cosas(13).
Si hemos acentuado y tomado en cuenta de las artes a la literatura es, primeramente, para recordar el significado tradicional de las escrituras y de las artes como meros reflejos del Conocimiento por excelencia. En segundo lugar, por ser considerada, en su estado residual, como el ámbito de mayor influencia dentro de la denominada “cultura moderna” donde se ha venido llevando a cabo el montaje de una ilusión verbal, tanto como el procesamiento y la alteración de las propiedades del verbo.
También, en cierta medida, hemos hecho sumario de algunas limitaciones de la erudición y , sobre todo, aquellas que conciernen a las “corrientes de pensamiento” difundidas literariamente y en cuanto estas sean consideradas como finalidad del conocer, ya que no es por la imitación de una ficción lingüística que pueda “saborearse” algún atributo de la esencia de las cosas.
Por último, conviene dar énfasis al sentido de aquellas nociones tradicionales, al expresar que ningún punto de vista puede alterar la atemporalidad del Verbo y que, como principio de las formas productoras, rige los ordenes sensibles. Siendo posible y legítimo, bajo reserva de principio, dar algún testimonio de aquello a lo que reiteradamente hemos aludido y al cual, precisamente, los hindúes nombran como “Lo inconmensurable”, âmatrâ y que sólo puede ser designado por “El Silencio”, turîya. (15)
Notas
1º) Término que expresa en sus aplicaciones mas antiguas ciertas reglas de la escritura relacionadas a la fijación de las transmisiones orales
2º) Hemos de recordar, como para que no se nos tergiverse, que ello no incluye aquello que concierne a la continuidad de las funciones simbólicas y que se dan hoy en día en lenguas sagradas aún vigentes.
3º) Entre tantos ejemplos podemos mencionar ciertas vocalizaciones algunas “encantatorias” y de carácter reservado (es decir, al margen del habla cotidiana de gran riqueza expresiva, por otra parte), como aquellas dadas en diversos pueblos, tales como los llamana de la Tierra del Fuego, los cuna de Panamá, los arapaho de Norteamérica o los bosquímanos de Australia quienes nos han dejado indicios de conocer las propiedades del sonido primordial”. Las letras o sonidos son las equivalencias naturales de las Ideas o Esencias que destellan, por así decirlo, en la manifestación. Entre el sonido el aliento (soplo)que le sirve como soporte, se inscribe todo un simbolismo “puesto en acción”.
4º) En el sentido de acompañamiento del descenso cíclico, según la doctrina tradicional correspondiente.
5º) Como se verá, solo nos habrá de bastar el reseñar algunos puntos de la literatura relacionados con el tratamiento histórico de la escritura y los sistemáticos formulismos lingüísticos. Asimismo, hemos de subrayar el olvido casi total de las normas y fórmulas tradicionales, que alguna vez, en sus antecedentes, han contribuido a constituir las respectivas artes como soportes de fijación y adecuación de los acervos orales derivados de la Revelación primordial.
6º) Es obvio que no nos estamos refiriendo a las acepciones positivas que como “examen” y “juicio” conforman la regla para discernir correctamente en determinados ordenes, dando lugar al “criterio” facultad o arte de juzgar relacionado al antiguo sentido del exemplum, obra maestra. Mas bien, aludimos aquí a los circunstanciales aspectos negativos contenidos en algunos derivados familiares de la voz, que como “crisis”, se refieren a la mutación grave o empeoramiento de cualquier desarrollo cíclico antes del mejoramiento. Específicamente, nuestra mención, advierte sobre la incoación de la especulación literaria en las corrientes del pensamiento moderno.
7º) No nos estamos refiriendo al significado original del término, sino a su uso corriente moderno relacionado con la estructura literaria respectiva alejada de la universal ars grammatica y por tanto sin virtud de repetitividad potestativa.
8º) La mimesis está llamada a crear un “opus” duradero en la memoria colectiva de los pueblos, en tanto que recreando o vivificando lo verdadero que limita. Igualmente, incluimos el sentido que Aristóteles le otorga (a pesar de ciertas reducciones efectuadas por sus continuadores), ya que aún conserva algunos elementos válidos para su aplicación.
9º) Ciencia de cuyas aplicaciones se desprenden las mas diversas relaciones ritmo-numéricas, ideográficas o fonéticas, patrimonio de los mas diversos pueblos premodernos y expresado respectivamente por la mas amplia variedad de modos mentales.
10º) Como un ejemplo simple y dentro del marco del simbolismo del libro podemos citar a De nuptis Philogiae et Mercurio que escribió Marciano Capela en el siglo IV. Esta importante pieza de las artes liberales muestra en los títulos mismos y en su iconografía la “apertura” de varios sellos dentro de su simbolismo.
11º) Ver “Las Ideas Eternas”, Mélanges, René Guénon, París 1978
12º) Circunstancia que muchos confunden con la facultad tradicional denominada como “Don de lenguas”, cuya posesión efectiva se torna muy difícil en la época actual.
13º) Si esta misma acepción se estudia a la luz de otras lenguas universales, como el árabe por ejemplo, se hallará una variedad inagotable de sentidos superiores superpuestos unos a otros.
14º) Por conversión a lo expuesto es la negligencia al No-Ser que genera los conflictos lógicos que presentan las cuestiones especulativas y como dificultades vigentes en tanto no se asimilen los significados tradicionales.
15º) ágama-prakarana de la gaudapadakarika (slokaI-29).