Mediante el arte y la literatura profanos, la palabra "símbolo" ha sido adoptada convencionalmente por la mentalidad moderna y ha comenzado a emplearse profusamente por casi todas las "ciencias" y disciplinas actuales (1). Con una gran variedad de significados y acepciones la voz ha llegado a ser de uso corriente y su empleo abunda dentro de los medios de comunicación masiva. Incluso, en la vida cotidiana se da el caso de múltiples aplicaciones y usos según corresponda a algún interés especial o pueda servir también, para cualquier motivo sistemático o arbitrario.
La ambiguedad del término y su desviada utilización multitudinaria han generado la confusión hasta el punto en que el hombre moderno se halla ante la paradoja de que no sólo ha olvidado la mentalidad simbólica (2), sino también, ha perdido casi totalmente lo verdadero que dicho vocablo encierra, como así también, el conocimiento de sus verdaderas funciones y de las adecuaciones que corresponden a un patrimonio fundamental del constitutivo humano y que, originalmente, o en estado de normalidad, nunca ha tenido algo en común con las actuales fórmulas culturales, operaciones formalistas o las interpretaciones pseudo esotéricas y heterodoxas que se difunden bajo su nombre.
A nuestro entender, dicha ambiguedad no desaparece, aún siguiendo lo que ha devenido en aquella especie literaria que circula con gran difusión, en el sentido de hacer derivar etimológicamente al término "símbolo" de la voz griega symbolon, producto del verbo symballo (de syn "con, contiguo, unido, junto con") y bâllein ("situar, ubicar, colocar; y, por extensión restaurar") fundamentando su origen (a partir de los legítimos comentarios de Plutarco) en un objeto partido por la mitad (sello, tablilla, medalla o moneda, etc.) como una señal de reconocimiento o para darse a conocer o verificar la identidad del portador de una de las mitades.
Dicha fórmula afectada de omisión, es decir, sin mayores explicaciones, por parte de los posteriores escoliastas, copistas y filólogos latinos ha terminado entronizando, en la mentalidad literaria moderna, algo que puede ser un indicium o un signum (3) interpretados como sinónimos de symbolum (4), es decir acaecido (como "señal") en un aspecto harto secundario de la cuestión, ya que priva la sugerencia de que algo superior puede derivar de lo inferior en una clara inversión de los términos, lo cual significa confusión de la 'idea' con la 'cosa' o del sentido superior anagógico (sin mediar la procesión analógica) con una de sus tantas aplicaciones subalternas (5).
En efecto, considerando esto último, nos surge en realidad, el sentido esencial del término de referencia, ya que todo verdadero símbolo, si cabe la expresión, "desciende" a la manifestación unido (syn) a la Idea, es decir manteniendo un único nombre arquetípico siempre "revelado" (6), aún dentro del juego de las relaciones reflexivas que expresan "lo mismo" y "lo otro" al decir de Platón. Señalando así, el modo de ser determinado o el principio polar desde el punto de vista de nuestro mundo, y cuyos grados intermedios resumen el disminuir y aumentar, ya sea de uno o de otro de los extremos.
Tales extremos, referidos en relación de nuestro mundo, a la "esencia" y "existencia", son las "partes" realmente aludidas que, tal como sugiere el verbo symballo, hay que "juntar", "reunir" o "restaurar", de allí que todo verdadero símbolo, al ser operante, señale una vertiente nohumana y un origen estrictamente inciático (7), ya que se erige en un soporte mediador entre el mundo sensible y la Idea, generando posibilidades de dar principio a ciertas "actividades" del corazón y reflejar, de acuerdo a las cualidades de cada uno, diversos grados de la belleza inmarcesible o del esplendor sobrenatural. Pero, sin olvidarnos de señalar aquel aspecto mas profundo que radica en la trascendencia de todo ello o en la aprehensión inmediata de la realidad suprema, es decir, el súbito arrebato de la visión suprasensible o de la Intuición intelectual (8).