En términos generales y desde cierta perspectiva, en relación a las sociedades "arcaicas", "indígenas" o "primitivas", la comprensión de la naturaleza del hombre, tanto como de la multiplicidad de sus manifestaciones y de la diversidad de sus tradiciones, requieren no sólo de la toma en cuenta del carácter residual y degenerativo de anteriores sociedades tradicionales, sino también, de una asimilación cabal en su mismidad, de la apreciación en tiempo y en forma de sus verdaderos símbolos y de la aprehensión inmediata de su razón de ser; es decir, de una integración de las relaciones de grado que pueda traducirse en la esencia de las mismas.
De tal modo que, dentro de esos mismos términos generales, una idea "antropológica" o "etnográfica" del hombre, en tanto exclusiva y propia representación mental, verbalización y abstracción erudita o académica y en cuanto al juicio disyuntivo de sus retóricas, no parece reunir las condiciones que permitan la realización de tales sentidos.
Tampoco parece lograrlo la contestación del actual revisionismo indigenista, ya sea en cualquiera de sus expresiones y adaptaciones a una mentalidad no propiamente original o tradicional y que suelen presentarse en formas exclusivistas que pueden actuar dentro de la política, la cultura o la literatura y pasar por el "turismo" y el "folklore" o desembocar lisa y llanamente en los estamentos "nueva era" o "postmodernos" del "psiquismo chamánico y pseudoespiritualista".
Dicho cuadro de situación nos informa que la "teoría" sobre la naturaleza del hombre de las sociedades aborígenes no parece, hasta hoy, modificarse en susbstancia dentro de los patrones generales de la mentalidad moderna, salvo la horizontalidad de una superficial evolución de significados que, desde los argumentos pseudoaristotélicos de Sepúlveda sobre la "deshumanización" de los indígenas (1), fundamenta la posterior ideología colonial europea de los siglos XVIII y XIX, pasa mas tarde al engendro y desarrollo del concepto sociológico y evolucionista sobre la supuesta"mentalidad primitiva" y llega hoy, por un lado transfigurada en las tesinas derivadas de una antropología estructural, de una "psicología de las religiones" o de una etnohermeneutica, y, por el otro lado, en esos mentados postulados del neoespiritualismo sincretista.
Si bien dicha "teoría", y tal como hemos dicho, aún en su apariencia de permanentes cambios significativos no produce el encuentro con los verdaderos conocimientos tradicionales, es debido ello, en primer lugar, a que el punto de partida es una mentalidad exclusivista cuya metódica analítica y consecuente proceso literario no permite trascender la propia determinación de subjetividad en el contacto con la alteridad de manifestaciones generalmente simbolistas y particularmente "ágrafas".
Contrariamente a tal "teoría", un estudio profundo y serio del sello particular de cualquiera de los símbolos tradicionales indígenas permitiría constatar las aplicaciones de sus operadores y que, esencialmente hablando, en la sugerencia de los estados del ser o en los grados de transposición analógica equivalen a las manifestaciones de las diversas humanidades que han recibido la herencia de la tradición primordial en el sentido en que esta es reseñada en los trabajos de René Guénon, Ananda K. Coomaraswamy y Titus Burckhardt, entre otros prominentes autores sobre ese mismo punto.
Para citar un ejemplo, recordemos un símbolo universal como lo es el círculo con su centro, cuya grafía se halla diseminada por todo el orbe "indiano" y que dentro de sus inagotables sentidos encierra también las nociones tradicionales de "hombre verdadero" y "hombre universal". (2)
En otra anotación ya nos hemos referido sobre la importancia que el sentido de "circularidad" tenía para las sociedades "indianas". Así, entre los antiguos guaraníes, dicho sentido se hallaba estrechamente ligado a la misma índole de su nomadismo en búsqueda del apyte (centro) identificado con la iwy mara'ey o "tierra sin mal", de modo que es ava'eté (hombre de verdad) aquel que transita "la senda sagrada" o "el sendero ritual", significando dicho término, en una profundización del simbolismo, la restauración del estado primordial y en tanto se traduzca en el paso de la circunferencia al centro. Por otro lado, la trascendencia o la realización efectiva de las posibilidades del ava'eté (ya que al menos es virtualmente considerado como "hombre divino") lo erige definitivamente en ava'Tupa (hombre Dios) y en tanto logre identificarse con el eje o axis mundi, congruente y anagógicamente identificado al mismo centro.
En la concordancia universal, es notable la equivalencia de ello con las palabras de San Leon Magno (Cartas): "El mismo que es Dios verdadero, es también hombre verdadero. No hay en esto mismo engaño alguno, pues la limitación humana y la grandeza de Dios se relacionan de modo inefable".