Folha Cstanha

Breve sobre oralidad y escritura

Un punto de vista tradicional

Oscar Freire

aaaTz’ib’: acción de “escribir”; del sonido al signo

En la figura (de procedencia maya) que hemos puesto como ejemplo vemos como la posición del pie (sujeto de movimiento = ritmo) da una modulación determinada que conlleva un significado propio y otros posibles que pueden llegar a integrarse al orden metafísico y al cósmico. Además, otorga el método mnemotécnico y un sentido preciso a los efectos de no escindir el sonido del objeto ni la palabra de la cosa. Estos principios (no las formas) constituyen una ciencia o método tradicional (como la que comporta esta ideografía) siendo en realidad de índole universal, ya que ha tenido equivalencias en la mayoría de los mundos tradicionales. Ahora bien, tal conocimiento casi perdido para el mundo contemporáneo, ya que es muy difícil su asimilación por la actual mentalidad general, determina una radical diferencia con los sistemas escriturarios modernos, lo cual ha sido vislumbrado y muy bien resumido por el investigador canadiense M. Mcluhan mediante la siguiente frase:

“Con el signo sin sentido asociado al sonido sin sentido, hemos construido la forma y el sentido del hombre occidental” (“La galaxia Gutemberg”, Barcelona 1993).

Ampliando un poco estas cuestiones podríamos decir que, cuando hablamos de ideografía tradicional con relación al lenguaje, en un sentido algo más riguroso, ello abarca otros aspectos, incluyendo el fonograma, a los efectos de constituirse (como oralidad y signo) en los soportes del “sentido” con sus estadios diversos. De esta manera, la concepción tradicional que implica los significados simultáneos del conocer (o los diversos sentidos de la palabra) expresa cabalmente no sólo un orden estricto en analogía con las cosmovisiones sagradas, sino también alude a un tipo de aprehensión distinta de la percepción inmediata o sensible como de la representación conceptual.

Aquí no se trata de negar las primeras impresiones que se presentan a los sentidos ni de las inferencias literales que pueden aparecer con la interpretación. Más bien, la cuestión radica en mostrar que la naturaleza del conocimiento no se agota en dichas modalidades por lo cual no se pueden aplicar a una proposición o finalidad del conocer so pena de que las palabras utilizadas terminen siempre en las proposiciones aparentes que caracterizan (en razón de las inevitables ambigüedades y contradicciones) a la crisis discursiva que aqueja al lenguaje contemporáneo.

Desde el punto de vista tradicional, esto mismo, se hace ostensible en el impacto provocado por el desarrollo de la cultura escrita, sobremanera, en las últimas faces del proceso de secularización dadas en las sociedades occidentales y cuya tecnología tanto ha coadyuvado en las simplificaciones analíticas del criticismo, determinando los sucesivos cambios mentales, sociales e institucionales. Igualmente, puede advertirse como los propios estudiosos y comentaristas modernos (1) vienen paulatinamente abandonando el etnocentrismo inherente a creencias anteriores que estimaban la ilustración y la modernidad (consecuencias directas de un exclusivismo en el culto a la escritura) como estrechamente relacionadas a un “fin” de conocimientos inherente al “literalismo” y, entiéndase bien, no a una legítima literalidad tal como esta es comprendida dentro de los puntos de vista tradicionales donde es asumida como un grado de comprensión y como soporte de otros sentidos superiores donde encuentra su verdadera razón de ser.

Si bien, en esta actualidad del criticismo moderno se destacan algunas conclusiones interesantes (aproximadas al corpus platónico) como, por ejemplo, el desechar toda ilusión de conocimiento que pueda proyectar la escritura desacralizada y despojada de su contenido cualitativo, o la advertencia de una inevitable inserción previa en la oralidad, ello no alcanza de ningún modo para conectar con aquellos aspectos intrínsecos correspondientes a un orden tradicional, esencial e inalterable.

Ahora bien, desde cierto punto de vista de dicha realidad tradicional dentro del cual se contemplan inclusive aquellos períodos significativos de la humanidad, en los que devino el desarrollo secularizado del carácter escrito, podría decirse, en términos generales, que lengua y escritura serían dos aspectos distintos (el segundo subordinado al primero) a los efectos de conformar una representación jerárquica de las ideas.

Pero, como decíamos, ello sería cambiado radicalmente en el transcurso de la modernidad donde se ha dado el trastrocamiento de dicho orden y así, en una suerte de reinado de la “gramatología”, la palabra escrita termina por usurpar el grado principal que correspondía al signo vocal, inclusive otorgando mayor importancia a la figuración que al propio signo.

Sin entrar en los complejos desarrollos modernos (incluyendo el último giro del criticismo) que han dado lugar a dichas modificaciones mentales asimiladas por el hombre contemporáneo, también conviene mencionar, aunque sean nada más que consideraciones sumarias (2), aquello que concierne no solamente a la índole universal y a las funciones simbólicas que corresponden a la escritura como apéndice de una tradición oracular, sino también al “acto de escritura ” (en su carácter de acción ritual) tal y como, de manera unánime, era comprendido en esencia dentro de las diversas sociedades tradicionales aún mas allá de sus inagotables variedades formales.

Baste recordar la concepción del origen divino de la escritura en múltiples pueblos de todas las latitudes denominados como “primitivos” tal y como es el caso de nuestro ejemplo inicial. Del mismo modo, en las sociedades extremo orientales y medio orientales. Entre irlandeses y escandinavos o en el occidente medieval en tanto que el producto de una síntesis magistral debida en realidad a las influencias de las “religiones del Libro”, y en donde la escritura sagrada era aún considerada como una teofanía, como la encarnación del Principio o como un ser vivo que otorgaba todos aquellos conocimientos y poderes relacionados a los símbolos y a las funciones de las ciencias tradicionales.

Ahora bien, a los fines de ahuyentar cualquier fijación “asociadora” o de orden “dualista” que pueda mal interpretarse digamos que la noción de “Unidad absoluta” es la que se halla en el origen de toda tradición verdadera y por lo cual se hace necesario aclarar siempre que, al hablar de “símbolos” o de “funciones simbólicas”, nos estamos refiriendo a los soportes tradicionales que no por ser necesarios para determinados grados de comprensión dejan de ser meras aproximaciones, es decir, extrínsecos y eventuales, ya que deben desaparecer en cuanto sean comprendidos como sombras de la realidad última o rigurosamente nulos desde el punto de vista de su principio.

Tal es así que, en una profundización del simbolismo de las tradiciones correspondientes a una modalidad escrituraria surgen las analogías del caso. De este modo, los rituales de ciertas sociedades de letrados en china como de algunas ordenes islámicas coinciden en que, hasta la escritura celeste debe terminar borrándose en tanto el escriba tradicional vaya descorriendo velos o apagando reflejos, es decir, ir estacionando en las ideas arquetípicas hasta lograr el sentido último de cada letra del alfabeto sagrado con fines de reducirlas integralmente a una partícula ilegible (3) representada tradicionalmente en este caso, no por la marca de un punto, sino por la figura de la punción seca del cálamo que revela al cero metafísico (4).

Asimismo, cuando hablamos del “sentido último de cada letra del alfabeto sagrado” debemos confirmar que nos estamos refiriendo a un aspecto imposible de traducir por todo lenguaje proposicional con cópula, debido a su índole extragramatical. Aquí, por último, es posible vislumbrar una de las cualidades de las hablas tradicionales sabiendo que dicho aspecto era normalmente intuido por las cualificaciones respectivas y perfectamente asimilado mediante los métodos proverbiales de transmisión en sus inagotables e indefinidas combinaciones, pero sin dejar de expresar aquellos aspectos esenciales de un estricto orden de índole universal: oralidad-sentido-signo.

Notas

1) A este respecto, para nombrar a los autores pioneros mas conocidos de esta corriente moderna de pensamiento, pueden consultarse ciertos aspectos parciales de los trabajos de Milmann Parry, Albert Lord, Marshall Mcluhan, además de Levi Strauss, Jak Goody y Walter Ong entre otros, quienes si bien de un modo interesante se han aproximado a la realidad que relaciona y subordina la escritura a la oralidad no han logrado, lamentablemente, conectar con los verdaderos datos tradicionales que les hubiera paliado numerosos equívocos y aclarado casi definitivamente la cuestión.

2) Para algunas asociaciones del tema véase nuestras anotaciones “El simbolismo del libro”, “El Dato tradicional y la cuantificación moderna” y “La ilusión verbal”. También, “El simbolismo del lenguaje”, “Lenguaje y conocimiento tradicional” y “Lenguaje primordial y traducción moderna”.

3)Análogo al punto innumerable en el simbolismo de los números

4)Análogo al silencio supraesencial en el mismo orden de simbolismo. Señalemos que estas consideraciones se refieren al simbolismo de un ritual cuyos principios han estado extendidos universalmente y aún hoy es transmitido integralmente por algunas cofradías del esoterismo islámico dentro del providencial marco que representa la revelación coránica.

Fecha de publicacion en lo site: 30/04/2006