Los aspectos simbólicos de representatividad superior y de funcionalidad tradicional que han caracterizado desde siempre ha todo lo que rodea a la noción de libro se hallan, hoy en día, lamentablemente reducidos a una mera difusión lingüística de las tendencias literalistas (sean o no "descontructivistas"(1) y automáticas (2) de la escritura y a las actuales condiciones mercantilistas de la industria cultural moderna que lo entiende como a un exclusivo instrumento de evolución histórica, comercial, cultural, científico y de progreso civilizatorio. Sin embargo, es posible reunir los suficientes datos tradicionales que nos anotician, no solamente que la idea arquetípica del Libro ha estado presente desde los orígenes mismos de la humanidad, sino también de su preexistencia. En cierto sentido, ello refutaría aquellos prejuicios sostenidos en torno a las denominadas sociedades "ágrafas", máxime que dicho progreso tecnológico y científico, sumado al punto de vista profano de la existencia, de ningún modo garantizan al hombre el poder desprenderse de los obstáculos que impiden apreciar correctamente la "realidad" o "trascendencia", que sí, en cambio, por medio de los mas diversos modos mentales, esas mismas sociedades "ágrafas", entendían como inherente a su propia naturaleza.
En tal sentido, independientemente de lugar o época, podríamos hablar transitivamente de la perennidad de un homo liber que utiliza un mismo lenguaje universal y los mismos símbolos tradicionales para asumir su eventual vida terrena e integrarla a la unidad del Ser total. De este modo, el libro, desde siempre, se ha relacionado a una significación primordial, en ocasiones distinguiendo entre un aspecto macrocosmico y otro microcósmico, apuntando a la dignidad sobrenatural del hombre y al esplendor de la manifestación o ya simbolizando a la sabiduría, al conocimiento y a la totalidad del universo (donde en las fórmulas del oficio tradicional las piedras, las plantas y los árboles; las tintas, las cañas y los cálamos; los folios, las tablillas, hojas o páginas, tanto como los diseños y grabados o las incisiones, inscripciones y signos escriturarios representarían diversos aspectos principiales o formales del Ser).
Los mismos símbolos universales permiten inferir la exacta equivalencia de usos entre las modalidades "ágrafas" y escriturarias, cuyos componentes o "elementos síntesis" señalan al mismo objeto del conocimiento y al tránsito de los mismos estados del ser o idénticas etapas espirituales. De este modo, es posible aproximarnos a un aspecto de la tradición sagrada en el cual la piedra, el árbol, la planta, la artesanía o el gesto ritual, tanto como el elaborado modo escriturario de los libros sagrados de la humanidad son transumptus de la misma Palabra Divina.
A este respecto, René Guénon menciona en uno de sus artículos (3) parte de esas singulares relaciones verbales tan usuales dentro del simbolismo y que dice que "el Graal es a la vez un vaso (gradale) y un libro (gradale o graduale). Se confirmaría en esta combinatoria o asociación, las posibilidades de vislumbrar algunos aspectos esenciales relacionados con el simbolismo del libro en particular y, al mismo tiempo, verificar las concordancias del simbolismo universal.
Dentro de las posibilidades inagotables de esas concordancias es también posible identificar a la piedra y al árbol con el libro, ya que puede decirse primeramente y, en uno de los tantos sentidos inmediatos derivados, que las piedras han sido quizás los obligados libros portadores de incisiones o inscripciones luego de la primordialidad de las hojas y de las cortezas de los árboles (4).
Ciertamente, que todo ello debe entenderse desde el punto de vista tradicional, donde se puede definir el orden principal y luego los grados de transposición que corresponden a las apariencias relacionadas. Así, por ejemplo, en las sociedades "ágrafas" el libro de la naturaleza virgen o "libro primordial" es el receptáculo que contiene los rasgos firmes del Único Hacedor, es el medio apariencial por el cual el Espíritu Supremo se manifiesta. Se hace posible así, constatar la impecable firma en todo lo que existe cuyo conjunto se extiende como un alfabeto divino e imprime el carácter esencial bajo el que se determinan las cosas de nuestro mundo.
Por supuesto, que esta posibilidad de un discernimiento pedagógico-sintético de ellas en cualquiera de las formas naturales, sea paisaje, río. montaña o árbol, nada tiene que ver con los "cultos animistas" o "totémicos" ni con ninguna de las tendencias interpretativas que, en tal sentido, y en torno a la "mentalidad primitiva", rigen los métodos de investigación contemporáneos. Mas bien, ello sugiere el aspecto tabular o código tradicional mayormente seguido por dichas sociedades en la modalidad de representar por medio de un scriptorium naturalis la combinatoria de sus conocimientos cosmoteogónicos y del teatro de la naturaleza a los efectos de que los derivados fundamentales de las determinaciones del mundo (como ser las percepción de las duraciones ritmo-cíclicas o las divisiones y orientaciones del espacio sagrado) puedan resolverse en la unidad suprema de todas las formas.
Creemos que la profundización de estos aspectos, bajo la perspectiva de la concordancia universal, ha de permitir abordar, en sus equivalencias, asuntos probatorios de que, en rigor, jamás han existido sociedades del tipo "ágrafas", tal como se las ha denominado en la cultura moderna, hecho que, como decíamos, confirmaría la preexistencia o perennidad del Libro, cuyas inagotables y diversas nociones serían, a la luz tradicional, como símbolos, modelos o imágenes de su prototipo celeste e inmutable.