Si los trabajos de René Guénon pueden designarse propiamente como Estudios Tradicionales, debemos inferir, por cuestiones ya señaladas (en Vía Shâdhilita de René Guénon), que el objeto preciso de éstos debe ser necesariamente el taçawwuf, a los efectos, entre varias razones considerables, de otorgar una “suma” teórica de principios universales expuestos en una relación de símbolos bajo las normas de un cuadro riguroso y lo más exhaustivamente posible.
A ello, sumaba Guénon, una notable capacidad, no sólo en el dominio de la bibliografía tradicional, también como dragomán en las propiedades del lenguaje para comunicar ideas unitarias e incitar a los lectores calificados a seguir profundizando en la mentalidad simbólica; pero, advirtiendo que la meta es la Verdad inmutable, la cual es anterior e interior a todo símbolo (incluído el lenguaje), ya que la naturaleza de éste, aún con su cualidades de ser soporte para la advocación, la coparticipación y la anticipación, no deja sin embargo de pertenecer al plano de las contingencias.
De este modo, aquella expresión geométrica que representa el paso de la circunferencia al centro tiene sus equivalencias respecto del símbolo y lo simbolizado e igualmente entre el signo y lo significado, por lo que cualquier análisis de aquello considerado como auténticos “estudios tradicionales” y que se detenga en las razones dialécticas o en los hábitos lingüísticos de la hora, caerá irremediablemente en los terrenos de la contradicción, ya que se estará actuando con negligencia hacia el método de conversión tradicional, y asimismo, generando confusiones con cualquiera de los presupuestos de una mentalidad exclusivamente literaria; particularmente, en su consabido modo de etiquetar los objetos de descripción, ya sea en su tratamiento de los nombres propios o en la clasificación de palabras ya que, en rigor, no son las palabras un medio de conocimiento, sino a la inversa, es el conocimiento el que le otorga sentido a las palabras, tal como ello se expresa en el esoterismo islámico mediante aquellas realidades encerradas en la noción de tawil, pero sin contradecir ni rechazar al tafsir, puesto que se constituye como en su esencia, aún cuando los legítimos exegetas de este último sospechen del primero o le desconozcan.
Seguidamente, si reflexionamos sobre las características de dichos estudios, o de aquel sentido universal expresado como núcleo de los mismos, nos apercibiremos que la obra del Sheikh Abdel Wahid Yahya, probablemente, se haya constituido como un último intento de este tenor en el siglo XX bajo una eficaz forma teórica rigurosamente dedicada al taçawwuf, en tanto se entienda este término en aquel sentido profundo que le otorgara el mismo autor y uno no se detenga, un tanto excesivamente, en los elementos auxiliares que le sirven como soporte de acuerdo a los métodos que en cada caso correspondan.
Si en atención de lo dicho, acordamos que René Guénon ha sido uno de los más grandes comentaristas tradicionales, por las fuentes mencionadas, los temas tratados y la orientación brindada, podríamos decir también que ha sido un gran bibliógrafo, siempre y cuando le restituyamos a la voz su sentido tradicional, que lo tiene .
Si bien el vocablo “bibliografía” (1) es un término convencional posterior al objeto que designa y como todo vocativo ha sufrido una “evolución” de significados a través de los tiempos modernos, particularmente poco después del descubrimiento de la tipografía, va de suyo que no nos atendremos a su cronología ni al producto “sistemático” en el cual ha desembocado. Simplemente mencionar, que más allá de sus modificaciones en diversos períodos de tiempo a partir de titulaciones tales como “repertorio de título” y “lista de obras” o “bibliotheca”, “catalogus”,“index”,”inventarium”,etc., subyace, sin embargo, aunque designación occidental tardía (de una idea original extendida con diversos títulos por todas las latitudes) aquello que definía en la antigüedad al bibliógrafo, y que a pesar de su homofonía con la designación que describe a la disciplina moderna nada en realidad tiene que ver con ella, ya que se refería a una función de verdadero dragomán quien, además del oficio de comentarista tradicional, detentaba ciertos conocimientos con relación a una idea universal y fundamental, tal como viene a ser el simbolismo del Libro, alrededor del cual se desarrollaba una disciplina gestual que incluía la actividad oficial inherente a una colección de comentarios tradicionales y de textos sagrados, no sólo para traducirlos, explicarlos y describirlos en ese mismo carácter de comentarista tradicional, sino también para facilitar la orientación y el entendimiento a los interesados .
En ese sentido antiguo de la palabra, sería lícito llamar también bibliógrafo al mismo Platón, quien definía su arte explicativo (fundamentándose en los códices y textos antiguos de su tiempo) con la siguiente frase: “La razón [de lo estudiado] es la explicación de la diferencia”, es decir, el modo implícito de afirmar la Suprema Unidad (2). Igualmente, San Agustín, en las Retractaciones, daba cuenta de su función de bibliógrafo y explicaba su rigurosa disciplina, no como una racionalidad en la investigación de los textos sagrados, ni sus exposiciones como producto de una organización sistemática, sino como un método interior que, a través de elementos auxiliares, conduce por contemplación a la Unión con Dios.
Notablemente, dichos elementos auxiliares consistentes en los métodos de estudio y exposición de San Agustín, coinciden por analogía con las aplicaciones de ciertos letrados chinos cuya disposición se basaba en una gradación o repartición simbólica inalienable entre los tratados originales manifestados por inspiración directa (jing), y los de notas (zhuan), comentarios (zhang ju) o los de aclaraciones (jie) elaborados mediante cualidades tradicionales de comprensión y traducción.
Aún, respecto a esta función de los “elementos auxiliares” de nuestro tema, justamente René Guénon, apoyándose en la tradición hindú, nos ha brindado un ejemplo típico e ideal en tanto su originalidad, al explicar la correcta aplicación de nociones tales como “darshanas”, “vedanga” o “smiriti” y en cuanto a la variedad secundaria de una misma doctrina, en este caso metafísica por excelencia.
En la misma tradición hindú, a veces Shiva, a veces otra filiación simbólica, son representados sosteniendo el Veda, alrededor del cual se despliega una figuración inagotable de textos y comentarios a modo de un verdadero mandala del oficio.
Asimismo, Shankaracharya, precisamente dentro de la orientación “shaiva”, es quien ha llevado la función de comentarista a su plenitud, particularmente en su Brahma-sutras bhasya (comentarios), explicando la “doctrina de la no-dualidad” o “adwaita-vada” mediante un conocimiento teórico inherente a una gran síntesis metafísica, y trazando para los interesados, un mapa de orientación completo con relación a la superación de todas aquellas limitaciones (upadhis) que se identifican a una realidad ilusoria.
Por otro lado, Ibn Arabi, quien además de poseer una monumental bibliografía sagrada y atribuirse la función de intérprete y comentarista, consideraba a toda bibliografía tradicional y toda Palabra divina como resumidas en dos Libros: El Corán y el universo (Kitab al-Tarayim).
Del mismo modo, Nasafi’, describiendo su método aplicado, ubicaba simbólicamente a la bibliografía tradicional entre cuatro grados secundarios de existencia: “La existencia bibliográfica es una tienda rociada de almizcle, como el placentero lugar que he hecho surgir en esta llanura alcanforada” (al-insân al-kamîl).
Sobre los Estudios Tradicionales de René Guénon, podríamos seguir señalando su evidencia en cuanto a la exigencia que dicha obra comporta en todos sus implicados, ya que se presta como el mejor ejemplo de todas aquellas cuestiones que obligatoriamente expresan, por un lado, determinado continente descriptivo ornado de excepcionales virtudes explicativas, y por el otro lado, demanden dotes de comprensión, de traducción y de conversión. Mencionemos, como un caso de los menores, a la variada gama de apreciaciones tradicionales que puede inclusive referirse a diversas aplicaciones de una misma cosa, y por lo cual siempre se hace necesario saber bien a que atenerse de antemano respecto a la posición de grado que exactamente debe corresponder a cada considerando tal como nos advirtiera el mismo Guénon.
Estas son sólo algunas de las cuestiones, de cuya negligencia, se han alimentado numerosas detracciones y censuras; pero, aún cuando continúen las injustificadas críticas al estilo de lenguaje utilizado por Guénon, refiriéndonos esta vez a ciertos “retóricos” modernos que acusan a sus estudios de “confusos” y poco clarificadores, de servirse de “segunda” y “tercera mano” o hasta de estar “sintáctica y ortográficamente no actualizados”, no deja dicha obra de seguir trascendiendo los vanos y superficiales ataques, no solamente por las razones ya mencionadas, sino también, porque a la luz tradicional, la palabra no es únicamente un signo convencional, ya que en tal sentido, éste debe adecuarse a las articulaciones internas, en este caso incluso ya advertidas en el contexto del propio autor cuando avisaba que ciertas expresiones, como aquel ejemplo entre tantos, de “existencia negativa ” y “existencia positiva” no deben tomarse al pie de la letra para la mejor transmisión de las ideas (y cuya naturaleza no se corresponde precisamente con signo alguno):
“[…] pero las imperfecciones que son inherentes al lenguaje, por el hecho mismo de que está ligado al estado humano e incluso más particularmente a las de su modalidad corporal y terrestre necesitan frecuentemente el empleo, con algunas precauciones, de ‘imágenes verbales’ de este género, sin las cuales sería enteramente imposible hacerse comprender, sobre todo en lenguas tan poco adaptadas a la expresión de verdades metafísicas como lo son las lenguas occidentales” (3)
Es más, para cierta fertilidad en la comprensión de los estudios de nuestro autor, además de la disposición, se hace necesario superar las funciones “semánticas” y “pragmáticas” de la palabra en su sentido moderno y seguir el hilo de sus advertencias, particularmente en la definición tradicional del lenguaje, en tanto secundariamente como signo y en cuanto fundamentalmente como símbolo, ya que como tales se muestran cosas que no son ni lo uno ni lo otro, entendiendo así, en la raíz misma de los temas que se tratan, que el símbolo no es “lo simbolizado” ni el signo “lo significado”.
Ahora bien, en lo que concierne a la definición de “estudios tradicionales” elegida por Guénon se sabe que corresponde a una elección de tomar consideración sobre toda doctrina o forma que, en mayor o menor medida, tenga su razón de ser o dependa del orden intelectual cuyo grado de pureza distingue una doctrina propiamente metafísica de aquellas formas más o menos mezcladas con diversos elementos susceptibles de ser llamados tradicionales. De esta manera, estudiar la Tradición ha venido a conformarse, tal como fuera expresado por nuestro autor, en considerar “todo el conjunto de las instituciones de diferentes órdenes que tienen su principio en la misma doctrina tradicional” (4) y de aquello, en su sentido auténtico, que se transmite de un modo complementario entre lo oral y lo escrito.
Desde ya, que a la naturaleza de estas consideraciones deberíamos también sumarle la justa dimensión que debe tener el término étude (estudio) muy distinta al tono y al significado hipotético que se le confiere en los tiempos modernos como un producto de operaciones deductivas e inductivas, es decir de carácter “experimental”; muy distante inclusive de la expresión griega antigua relativamente retomada por la acepción latina stúdium de la alta Edad Media, en el sentido de un “impulso interno” o concentración para la contemplación, incluyendo los derivados de la acción que como “estudiar” difieren hondamente de su actual sentido escolar o del “adiestramiento sistemático”. Ni hablar de otras lenguas, como el árabe por caso, donde la voz drus, como extensión, llega a adquirir notables significados a la luz tradicional basados en la estabilidad de la lengua y debido a que la temporalidad es concebida de un modo completamente distinto a las lenguas occidentales.
Dicho esto, en el sentido bibliográfico tradicional al que se refería Guénon (como para no confundirlo dentro de cualquiera de los géneros literarios de impronta profana y moderna) en tanto se corresponda con la correcta designación relativa al nivel cognoscitivo de expresiones que siempre deben considerarse (con relación a lo expresado y a quien se expresa) apéndices de las “escrituras tradicionales” tal como vienen a ser, por ejemplo: “apreciaciones”, “anotaciones” y “comentarios” o “puntos de vista” y “miradas”, términos que necesariamente deben retomar aquí su índole proverbial y su carácter técnico y preciso tan usuales en las titulaciones y en el desarrollo de sus trabajos y que le declaran como comentador de conocimientos verdaderos ya establecidos a los que aportara un modo de expresión cuya cubierta exterior se basaba en anáforas de párrafo largo, en elucidaciones descriptivas y en un amplio método de notas, todo ello exento de contradicciones, es decir alejado de toda hipótesis (5).
Para dar otro ejemplo, señalemos también al término “comentario” que inclusive va mucho más allá de lo que expresa la voz latina commentarium en el sentido de “explicar un texto para su mejor intelección”, ya que en rigor no se refiere a una “exégesis” ni a una “hermenéutica”, y tal como éstas puedan entenderse modernamente, sino que se trata de una cualidad providencial y de una función tradicional de larga data aplicada de muy diversas maneras en momentos cíclicos de oscuridad intelectual donde se hacen necesarias ciertas virtudes explicativas basadas en la no-contradicción que conlleva todo conocimiento verdadero y, entre otras cosas, a efectos de no quebrar una línea de apoyo o de soporte destinada a quienes puedan entender y superar los inagotables obstáculos de interpretación y las innumerables contradicciones que la circunstancia de manifestación produce.
En este sentido, la cualidad misma de las doctrinas tradicionales, sobre todo en su raíz inasible, siempre ha de requerir una orientación mediante exposiciones adecuadas a las diversas eventualidades, y sin las cuales a falta de un conocedor que pudiera aclararlas o comentarlas no podrían inspirarse las cualificaciones respectivas.
Evidentemente, nunca podríamos agotar las implicaciones subyacentes que conlleva el tema, aunque el cuadro de situación presentado nos sea suficiente como para motivarnos a pensar al menos, que los estudios tradicionales de René Guénon adquieren su real dimensión al presentársenos como uno de los últimos grandes comentarios de la Tradición universal.
Notas :
1) Del griego biblion (libro), y graphein (escribir)
2) The., 209 A
3) “El simbolismo de la Cruz”. Cap.II
4) "Introducción general a las doctrinas hindúes” (Cap. III)
5) “La contradicción está en la hipótesis misma” (Carta a Pierre Germain, 16 de septiembre de 1916)