Para indicar ahora algunos de los aspectos del simbolismo de la Serpiente Arco Iris podríamos decir que es uno de los más importantes en toda la geografía continental de los aborígenes de Australia. Dicho simbolismo está conectado muy directamente con aquello a lo que nos referíamos sobre a los puntos de vista más profundos del Uluru, por lo cual intentaremos demostrar mediante este ejemplo, que los mitos relacionados, en tanto que entendidos dentro de algún culteranismo, pierden gran parte de su verdadero sentido en cuanto se haga abstracción de los datos tradicionales o del simbolismo que les precede
Efectivamente, aquí puede observarse que las variantes de un mismo tema obedecen más a una superposición de sentidos (que siguen manteniendo una unidad esencial) antes que al producto de “diferencias tribales” como suele decirse, ya que no hay oposición alguna entre las diversas imágenes, nombres y atributos que en sí misma conlleva la gran Serpiente y que, por otro lado, los completa. Así, por ejemplo, que la familia pitjantatjara narre respecto de Wanambi (la más poderosa serpiente arco iris que reside en Uluru) ser de naturaleza “inactiva” puesto que durante el tiempo de los sueños no participó en las formaciones “del paisaje” y tampoco se transformó en ninguna forma visible al final de dicho ciclo primigenio (manteniendo siempre su forma original) no contradice esencialmente lo que, por otro lado, narran los aranda o los gunwinggu quienes denominan a la Serpiente como kabul y ngalyod respectivamente, y afirmando en cambio su naturaleza “activa” (9). Estos son algunos ejemplos de una correcta operación de analogía inversa, ya que la Serpiente Arco Iris posee doble naturaleza y sus incontables nombres y atributos, como decíamos, corresponden de acuerdo al punto de vista con que se encare al principio que representa, ya sea en su principal aspecto ingénito, ya en aquellas variantes secundarias que toman su aspecto genitor.
Otra de las cuestiones relacionadas que se tiende a desvirtuar casi completamente, se refiere a la condición operativa de las narraciones orales y cantadas. Resulta muy común el hecho de clasificar a estas bajo el rótulo de “mitología” en aquel sentido del cultismo o de la interpretación literaria (10). No habría inconvenientes en caso de que a tal nomenclatura se la restaure dentro de los fueros del simbolismo tradicional, pero, lamentablemente, no es el caso de la mayoría de los interpretadores quienes (salvo honrosas excepciones) ya han adoptado las diversas variaciones escolariegas o aquellas teorías elaboradas bajo una suerte de sofisticación semántica del término.
Un ejemplo que puede ayudar a aclarar esta observación consiste en tomar un pasaje de aquello impropiamente denominado como “mitos de la creación” y que, en este caso, concierne a la propia Serpiente Arco Iris relacionada al punto de vista generativo del cual hablábamos, mediante el cual intentaremos reflejar aquello de lo que en realidad se trata. Es decir, lo que se desprende de su índole estrictamente “iniciática”, comprendiendo además, las aplicaciones de lo que se consideran como verdaderas ciencias tradicionales y correspondientes a una concepción, no de formas abstractas, sino a partir de una base eminentemente natural y objetiva, tal como en primera instancia se comprende y se expresa la realidad en los mundos tradicionales.
Dicho pasaje, es precisamente una de las narraciones mas difundidas de la Australia indígena y se refiere a lo que en parte ya decíamos. En realidad conviene señalar que, el “mito” varía con diversos matices y es mas o menos extenso de acuerdo a la localidad tribal. Aunque, sobre su sección inicial que interesa a nuestro estudio debemos decir que hay una coincidencia casi unánime. Se trata de aquella parte, en una traducción cercana a la lengua original, donde se dice lo siguiente: “Luego de un profundo sueño la ‘Gran Madre Serpiente’ se despertó de repente y reptó hasta la superficie de la tierra comenzando su actividad creadora a medida que avanzaba a su modo (sinusoidal) (11) sobre un plano informe y vacío” (12). Cabe la advertencia sobre el corpus completo de la narración; de considerable importancia en lo que compete al simbolismo tradicional, pero ha de bastar este pasaje para nuestro ejemplo sobre algunas aplicaciones que, de alguna manera, nunca dejan de estar vinculadas a la principal condición de la Serpiente como verdaderamente “no nacida”. Es decir que, dichas aplicaciones son perfectamente aptas para realizar una operación de transposición a lo puramente metafísico. Acto que, al fin de cuentas, desde el punto de vista del estado humano y desde la condición de un aborigen australiano, solo puede realizarse mediante un procedimiento de primera instancia en comunión con la Serpiente progenitora, precisamente, por su importancia y relaciones directas con todas las formas de la vida cotidiana, razón por la cual, no se debe confundir a la Serpiente con el famoso lugar común de una mera “deidad de la naturaleza”.
Así, las breves referencias que aportaremos con relación al pasaje citado (13) se refieren estrictamente a la variedad de movimientos que conforman su locomoción (como aquel “sinusoidal”) y al recorrido o itinerario de la Serpiente primordial de donde, precisamente, se desprenden esas aplicaciones de las ciencias tradicionales entre los aborígenes australianos. Esto puede entenderse cabalmente si se toma en cuenta que la demarcación simbólica del territorio australiano se basa en el paisaje creado, en el surco de los ríos y en los senderos recorridos por primera vez, o en las huellas dejadas por la Gran Serpiente en “el tiempo del sueño”. El reparto proporcional de este patrimonio entre diversas tribus, a veces muy alejadas unas de otras, no hace mas que confirmar lo que decíamos sobre la vigencia de una unidad operativa (probablemente en un pasado relativamente cercano) inherente a una institución “iniciática” intertribal.
Tales relaciones, bajo la luz del dato tradicional no hacen mas que confirmar una doctrina de la unidad a la que no son ajenas las expresiones originales de los aborígenes australianos. Ello, en cuanto a una reintegración de la multitud de seres míticos progenitores en una concepción suprema o única. De este modo, por ejemplo, es como los ungarinyin, los unanbal o los diversos grupos de Arnhem y de Kimberley (con las correspondientes variantes formales y nominales secundarias) conciben esencialmente al número indefinido de los wondjina (14) y a los demás precursores del “tiempo del sueño” reintegrados en la Serpiente Ungud, cuya índole superior indudablemente se remite a la representación del citado principio de unidad y de totalidad.
Efectivamente, esto se corrobora bajo cualquier renglón que consideremos el tema. Si de lenguaje se trata, tenemos por caso los caracteres radicales ng y wn (relacionados al elemento agua) en sus diversos matices locales (ngu, nge o ngo; wan, wen o win y wun) componentes usuales en la mayoría de las lenguas tradicionales de Australia que son aplicados múltiplemente en todos los ordenes de la vida tribal para todas las asociaciones que rodean a las aguas subterráneas, a los pozos de agua, lagos, ríos y a las lluvias. Es decir al Mundo de abajo, a la Tierra y al Cielo. De este modo, Ungud no solamente se constituye en el motivo fundamental de los nombres sagrados, de las consecuentes aplicaciones rituales y de las diversas estructuras tribales que resumen un “Centro del Mundo” sino también y a partir de ello, el “Eje vertical del Universo”.
Para los nativos australianos (como para cualquier sociedad tradicional), el sentido encerrado en las nociones de “centro” y “eje” se halla lejos de corresponder a una especulación abstracta, ya que sus fundamentos enteramente metafísicos se extienden por transposición analógica a la respectiva cosmovisión, a la habitud regional y a la aplicación de las ciencias tradicionales. Por ejemplo, el plano territorial conforma una estructura arquetípica constituida por “puntos de asentamiento” y bifurcada por “senderos rituales” sobre las mismas huellas que dejó la serpiente-progenitora en el “tiempo del sueño”. Para dar algunos ejemplos de ello, considérese tanto la instalación del campamento o igualmente otros tipos de estructuras e inclusive actividades (como pueden ser la caza, la pesca o recolección) las cuales se hallan determinadas por itinerarios precisamente prefijados bajo términos de una geografía sagrada geométricamente esquematizada en base del punto, del círculo y la recta. Es decir, del constitutivo elemental (15) del lenguaje, de la escritura y de todas las artes y ciencias adscriptas al simbolismo tradicional.
De tal manera que, siguiendo el hilo de lo que decíamos respecto al radical ng, traemos a colación la voz ngura que es, precisamente, entre otras aplicaciones, la denominación del campamento o asentamiento. Esta observación podría considerarse como de cierta importancia para comprender lo que decíamos precedentemente respecto, no sólo a la vigencia, sino también a las relaciones del simbolismo tradicional entre los nativos de Australia. Ahora, si tenemos en cuenta la relación del citado radical con la Gran Serpiente, tal como narran las tradiciones orales, en su condición de “nacida del agua” como igualmente en su función de “portadora de las lluvias”, además de apercibirnos del extraordinario papel que cumple el simbolismo del agua (16) con sus inagotables asociaciones (17) en gran número de sociedades tradicionales, no dejaríamos de llegar al punto de vislumbrar con cierta nitidez el profundo sentido que comporta la asimilación del elemento vital, no sólo con el “punto de parada” dentro del “sendero ritual”, sino también con esta noción de campamento que mencionábamos.
Por otra parte, en atención de la narración que ubica un ojo de agua en la cima del Uluru por el cual “entra” y “sale” (o “asciende” y “desciende”) la Gran Serpiente, podríamos observar que guarda cierta relación con las rigurosas prescripciones en los itinerarios aborígenes dentro de las áreas desérticas y semiáridas del centro de Australia obligando acampar donde hay agua. Esto, contrariamente a lo que suele decirse corrientemente, no obedecería exclusivamente al imperativo de las necesidades vitales ya que, en la mentalidad simbólica tribal se anteponen realidades mas profundas. Así, la identificación que se establece entre el centro territorial, el campamento y el pozo de agua obedece en realidad a cumplir un recorrido que comunica con los diversos centros sagrados, generalmente señalizados con el poste ritual inclinado (18) que orienta en la dirección de la marcha sucesiva, apuntando simbólicamente hacia el “ojo de agua primigenio”, y por lo tanto siendo a priori, un sendero primordial ligado a la ancestral progenitora. Es decir que, fundamentalmente, se trata de la reproducción de un modelo originado “de una vez y para siempre”.
De este modo, entre los walbiros, por mencionar uno de los tantos casos, el ojo de agua es mucho más que aquello referente al elemento vital puesto que, primeramente, se toma en cuenta su arquetipo luminoso, el que ha sido vitalizado en el “tiempo del sueño”. Además, como decíamos, al pozo de agua se le asimila el “punto de parada” y cuando es marcado por un círculo o por una espiral apretada no hace mas que sintetizar cabalmente la forma estática o “inactiva” de la serpiente replegada sobre sí misma como en un solo punto y en una de las tantas equivalencias con la inmutabilidad principial. En cambio, la marcha es asimilada al desarrollo de dicha espiral o función “activa” de la serpiente, simbolizando el despliegue multidireccional o la irradiación a partir de su punto neutro (19) y por lo cual se vislumbran los principios tradicionales aplicados análogamente por las diversas tribus en todos los ámbitos de acción dentro del espacio simbólico, ya sea en sus itinerarios o en todo aquello que concierne a la conformación del campo ritual.
Podríamos añadir que, todas las relaciones consideradas, deberían conducir a tomar en cuenta no solamente la genitura del territorio por parte de la serpiente, sino también de los detalles de cada paisaje. Por ejemplo, la asimilación habiente entre el movimiento de la serpiente y los cursos de agua, como igualmente todos los rasgos distintivos que hacen al terreno (alturas, llanos, meandros, etc.) y de cuya estructura no sólo se constituye la interacción entre los “puntos de parada” y los “senderos” sino que, del mismo modo, se establecen todas esas relaciones geométricas citadas entre el punto, el círculo y la recta (20) cuales no hacen mas que sintetizar el patrimonio original sobre los verdaderos fundamentos del cosmos, en tanto se considere al orden de existencia que este representa como una imagen de la totalidad del ser. Y en cuanto lo dicho, sea expresado mediante los métodos aptos de transposición analógica del simbolismo metafísico, tal como sería aquello encerrado en la correspondiente ideografía universal legada, en este caso, por la ancestral progenitora, quien viene a ser para los aborígenes australianos, la gran madre de Altjiranga y la reina indiscutible del Uluru.