Estes dois artigos, que se complementam, foram publicados originalmente em "Le Voile d'lsis", em abril de 1931 e abril de 1932, respectivamente.
Con este título: La Tradizione Ermetica nei suoi Simboli nella sua Dottrina e nella sua "Ars Regia" (1), el Sr. Julius Evola acaba de publicar una obra interesante en muchos aspectos, pero que, una vez más, si hacía falta, muestra lo oportuno de lo que recientemente decíamos sobre las relaciones entre la iniciación sacerdotal y la iniciacion regia (2). Aquí, en efecto, volvemos a encontrar la afirmación de la independencia de la segunda, a la que precisamente quiere el autor vincular el hermetismo, y esa idea de dos tipos tradicionales distintos, incluso irreductibles, contemplativo el uno y activo el otro, que, de forma general, serían respectivamente característicos de Oriente y de Occidente. Por eso debemos poner ciertos reparos a la interpretación que se da del simbolismo hermético, en la medida en que está influida por tal concepción, aunque por otra parte muestra bien que la verdadera alquimia es de orden espiritual y no material, lo que es verdad y verdad demasiado a menudo desconocida o ignorada por los modernos que tienen la pretensión de tratar de estos asuntos.
Aprovecharemos esta ocasión para precisar también algunas nociones importantes y, en primer lugar, el significado que conviene atribuir a la propia palabra "hermetismo", que algunos de nuestros contemporáneos parecen emplear un poco a tontas y a locas. Esta palabra indica que se trata esencialmente de una tradición de origen egipicio que luego tomó forma helenizada, sin duda en la época alejandrina, y, en la Edad Media, con esa forma fue transmitida al mundo islámico y al cristiano a un tiempo, y añadiremos que, al segundo, en gran parte por intermedio del primero, como lo prueban los numerosos términos árabes o arabizados que los hermetistas europeos adoptaron, comenzando por la propia palabra "alquimia" (el Kimia) (3). Así pues, sería totalmente ilegítimo extender tal designación a otras formas tradicionales, como también lo sería, por ejemplo, el llamar "Kábala" a otra cosa que al esoterismo hebreo; ciaro está, no es que no haya equivalentes en otras partes, los hay hasta el punto de que esta ciencia tradicional que es la alquimia tiene su exacta correspondencia en doctrinas como las de la India, el Tibet y la China, aunque naturalmente con modos de expresión y métodos de realización bastante diferentes; pero desde que se pronuncia el nombre de "hermetismo" se especifica con ello una forma claramente determinada, cuya procedencia no puede ser más que greco-egipcia. En efecto, la doctrina así designada se hace remontar, por eso mismo, a Hermes, en cuanto éste era considerado por los griegos como idéntico al Thoth egipcio; y haremos notar de inmediato que esto va en contra de la tesis de Evola, y presenta tal doctrina como esencialmente derivada de una enseñanza sacerdotal, pues Thoth, en su papel de conservador y transmisor de la tradición, no es otra cosa que la representación misma del antiguo sacerdocio egipcio, o más bien, para hablar más exactamente, del principio inspirador al que debía éste su autoridad y en cuyo nombre formulaba y comunicaba el conocimiento iniciático.
Ahora se plantea una cuestión: ¿lo que se ha mantenido bajo el nombre de "hermetismo" constituye una doctrina tradicional completa? La respuesta sólo puede ser negativa, pues estrictamente sólo se trata de un conocimiento que no es de orden metafísico, sino de orden únicamente cosmológico (entendiéndolo, por lo demás, en su doble aplicación "macrocósmica" y "microcósmica"). No se puede admitir, pues, que el hermetismo, en el sentido que esta palabra tomó a partir de la época alejandrina y ha conservado desde entonces, represente la totalidad de la tradición egipcia. Aunque, en ésta, el punto de vista cosmológico parece haber sido desarrollado más particularmente, y es en todo caso lo más aparente en todos los vestigios que de tal tradición subsisten, ya se trate de textos o de monumentos, no hay que olvidar que nunca puede ser más que un punto de vista secundario y contingente, una aplicación de la doctrina al conocimiento de lo que podemos llamar el "mundo intermedio". Sería interesante, pero bastante difícil sin duda, el investigar cómo esa parte de la tradición egipcia pudo encontrarse en cierto modo aislada y conservarse de forma aparentemente independiente, y luego incorporarse al esoterismo islámico y al esoterismo cristiano de la Edad Media (lo que no hubiera podido hacer una doctrina completa), hasta el punto de hacerse verdaderamente parte integrante de ambos y proporcionarles todo un simbolismo que, con una adecuada transposición, incluso pudo servir de vehículo a verdades de un orden más elevado.
No es éste lugar para entrar en esas consideraciones históricas harto complejas; pero sea lo que fuere, hemos de decir que el carácter propiamente cosmológico del hermetismo, si bien no justifica la concepción de Evola, al menos la explica en cierta medida, pues las ciencias de este orden, efectivamente, son las que en todas las civilizaciones tradicionales han sido patrimonio sobre sobre todo de los kshatriyas o de sus equivalentes, mientras que la metafísica pura lo era de los brahmanes. Por eso, como resultado de la rebelión de los kshatriyas contra la autoridad espiritual de los brahmanes, a veces se pudo ver cómo se constituían corrientes tradicionales incompletas, reducidas a sólo estas ciencias separadas de su principio, y aun desviadas en el sentido "naturalista", por negación de la metafísica y desconocimiento del carácter subordinado de la ciencia "física", así como (ambas cosas están intimamente relacionadas) del origen sacerdotal de toda enseñanza iniciática, incluso particularmente destinada al uso los kshatriyas, como lo hemos explicado en diversas ocasiones (4). Ciertamente, no es que el hermetismo constituya en sí una desviación total, o que implique esencialmente algo de ilegítimo (lo cual hubiera hecho imposible su incorporación a formas tradicionales ortodoxas); pero hay que reconocer que puede prestarse a ello bastante fácilmente por su propia naturaleza, y ese es, más generalmente, el peligro de todas las ciencias tradicionales cuando son cultivadas en cierto modo por sí mismas, lo que expone a perder de vista su vinculación con el orden principial. La alquimia, que podría definirse como la "técnica" por decirlo así, del hermetismo, es realmente un "arte regia", si por ello se entiende un modo de iniciación más especialmente apropiado a la naturaleza de los kshatriyas; pero esto mismo señala su lugar exacto en el conjunto de una tradición constituida regularmente, y, además, no hay confundir los medios de una realización iniciática, cualesquiera que puedan ser, con su fin último, que es siempre de conocimiento puro.
Otro punto que nos parece discutible en la tesis de J. Evola es la asimilación que casi constantemente tiende a establecer entre hermetismo y "magia"; es verdad parece que parece que a ésta la toma en un sentido bastante diferente de aquel en que corrientemente se la entiende, pero mucho nos tememos que eso mismo no pueda sino provocar confusiones más bien enojosas. En efecto, inevitablemente, tan pronto como se habla de "magia", se piensa en una ciencia destinada a producir fenómenos más o menos extraordinarios, particularmente (pero no exclusivamente) en el orden sensible; cualquiera que haya podido ser el origen de la palabra, este significado se le ha hecho inherente hasta tal punto que es conveniente dejárselo. Entonces no es sino la más inferior de todas las aplicaciones del conocimiento tradicional, incluso podríamos decir la más despreciada, cuyo ejercicio se deja para aquellos cuyas limitaciones individuales los hacen incapaces de desarrollar otras posibilidades; no vemos ninguna ventaja en evocar su idea, cuando en realidad se trata de cosas que, aunque contingentes todavía, son, a pesar de todo, notablemente más elevadas; y, si bien no es más que una cuestión de terminología, hay que reconocer que sin embargo tiene su importancia. Por lo demás puede que haya en ella algo más: en nuestra época, la palabra "magia" ejerce una extraña fascinación sobre algunos, y, como señalamos ya en el artículo precedente, al que aludíamos al comienzo, la preponderancia concedida a tal punto de vista, aunque sólo fuese tención, también está ligada a la alteración de las cias tradicionales separadas de su principio metafísico; ése, sin duda, es el escollo con el que topa todo intento de reconstitución de tales ciencias si no se empieza por lo que verdaderamente es el comienzo en todos los aspectos, es decir, el principio mismo, que también es el fin con miras al cual ha de ordenarse normalmente todo lo demás.
En cambio, donde estamos completamente de acuerdo con Evola, e incluso donde vemos el mayor mérito de su libro, es cuando insiste en la naturaleza puramente espiritual e "interior" de la verdadera alquimia, que nada tiene que ver con las operaciones materiales de una "química" cualquiera, en el sentido natural de la palabra; casi todos los modernos se han equivocado en esto, tanto los que han querido erigirse en defensores de la alquimia como los que han sido sus detractores. Sin embargo, es fácil ver en qué términos hablaban los antiguos hermetistas de los "sopladores" y "quemadores de carbón", en los cuales hay que reconocer a los verdaderos precursores de los químicos actuales, por poco lisonjero que pueda ser para estos últimos; y, todavía en el siglo XVIII, un alquimista como Pernéty no omite poner de relieve la diferencia entre la "Filosofía hermética" y la "quimíca vulgar". Así pues, lo que dio origen a la química moderna no fue la alquimia, con la cual, a fin de cuentas, no tiene ninguna relación (como tampoco la tiene la "hiperquimica" imaginada por algunos ocultistas contemporáneos); la química es tan sólo una deformación o una desviación, surgida de la incomprensión de quienes, incapaces de encontrar el verdadero sentido de los símbolos, lo tomaron todo al pie de la letra y, creyendo que en todo esto no se trataba más que de operaciones materiales, se lanzaron a una experimentación más o menos desordenada. También en el mundo árabe, la alquimia material siempre estuvo poco considerada, incluso a veces fue asimilada a una especie de brujería, mientras se honraba la alquimia espritual, la única verdadera, designada a menudo con el nombre de Kimia es-saâdah o "alquimia de la felicidad" (5).
No se trata, por lo demás, de que por ello haya que negar la posibilidad de las transmutaciones metálicas, que representan la alquimia para el vulgo; pero no hay que confundir cosas que son de un orden muy diferente, y ni siquiera se ve, a priori, porqué tales transmutaciones podrían realizarse por procedimientos que atañen simplemente a la química profana (y, en el fondo, la "hiperquimica" a que aludíamos hace un instante no es sino eso. Sin embargo, hay otro aspecto de la cuestión, que Evola señala muy justamente: el ser que ha llegado a la realización de determinados estados interiores puede producir exteriormente, en virtud de la relación analógica del "microcosmos" con el "macrocosmos", efectos correspondientes; es admisible, pues, que quien ha alcanzado cierto grado en la práctica de la alquimia espiritual sea, por ello mismo, capaz de efectuar transmutaciones metálicas, pero ésto a título de consecuencia completamente accidental, y sin recurrir a ninguno de los procedimientos de la pseudo alquimia material, sino únicamente por una especie de proyección al exterior de las energías que lleva en sí mismo. Hay aquí una diferencia comparable a la que separa la "teúrgia", o acción de las "influencias espirituales", de la magia y aun de la brujería: si bien, a veces, los efectos aparentes son los mismos por ambas partes, las causas que los provocan son completamente diferentes. Agregaremos además que quienes poseen realmente tales poderes no hacen uso de ellos, por lo general, al menos fuera de determinadas circunstancias muy particulares en las que su ejercicio se encuentra legitimado por otras consideraciones. Sea lo que fuere, lo que nunca se ha de perder de vista, y que está en la base misma de toda enseñanza verdaderamente iniciática, es que toda realización digna de tal nombre es de orden esencialmente interior, aun cuando sea susceptible de tener repercusiones en el exterior; el hombre no puede no puede encontrar sus principios y medios más que en sí mismo, y puede hacerlo porque lleva en si la correspondencia de todo cuanto existe: el-insânu ramzu´l-wojûd, "el hombre es un símbolo de la Existencia universal"; y si consigue penetrar hasta el centro de su propio ser, alcanza por ello el conocimiento total, con todo cuanto implica por añadidura: man yaraf nafsahu yaraf Rabbahu, aquel que conoce su Sí, conoce a su Señor", y entonces conoce todas las cosas en la suprema unidad del Principio mismo, fuera del cual nada hay que pueda tener el menor grado de realidad.
NOTAS
(1). G. Laterza, Bari, 1931. (Trad. española, Barcelona, 1975. Agotado)
(2). Cf. Aperçus sur I'Initiation, capítulo XL.
(3). Esta palabra es árabe en su forma, pero no en su raíz; probablemente deriva del nombre de Kemi o "Tierra negra", dado al antiguo Egipto.
(4). Ver particularmente Autorité spirituelle et pouvoir temporel.
(5). Hay un tratado de EI-Ghazâli que lleva este título.
(Publicado en "Le Voile d'lsis", abril de 1931.)
Anteriormente, hablando de la tradición hermética, decíamos de ella que se refiere propiamente a un conocimiento, no de orden metafísico, sino solamente cosmológico, entendiéndolo además en su doble aplicación "macrocósmica" y "microcósmica". Esta afirmación, que no es sino la expresión de la estricta verdad, no les ha caído en gracia a algunos que, viendo el hermetismo a través de su propia fantasía, quisieran hacer entrar en él todo indistintamente; si bien es verdad que esa gente no sabe demasiado qué cosa pueda ser la metafísica pura... sea lo que fuere, quede claro que en modo alguno quisieramos con ello menospreciar las ciencias tradicionales que incumben al hermetismo, ni las que les corresponden en otras formas doctrinales de Oriente y Occidente; pero hay que saber poner cada cosa en su sitio, y, a pesar de todo, estas ciencias, como todo conocimiento especializado, no son más que secundarias y derivadas con respecto a los principios, de los que sólo son la aplicación en un orden inferior de realidad.
Tan sólo puede pretender lo contrario quien quisiera atribuir al "Arte regia" la preeminencia sobre el "Arte sacerdotal" (1); y tal vez, en el fondo, sea precisamente ése el motivo más o menos consciente de las protestas a que acabamos de aludir. Sin preocuparnos mucho de lo que cada cual pueda pensar o decir, pues no está en nuestras costumbres el tomar en cuenta las opiniones individuales, que no existen con respecto a la tradición, no nos parece inútil aportar algunas nuevas precisiones que confirmen cuanto hemos dicho ya, y ello refiriéndonos más particularmente a lo que concierne a Hermes, ya que al menos nadie puede discutir que de él toma su nombre el hermetismo (2). El Hermes griego, efectivamente, tiene caracteres que responden muy exactamente a aquello de que se trata, y que son expresados particularmente por su principal atributo, el caduceo, cuyo simbolismo examinaremos sin duda en alguna otra ocasión; por ahora, bastará con decir que tal simbolismo se refiere esencialmente y directamente a lo que caba llamar la "alquimia humana" (3), y que concierne a las posibilidades del estado sutil, aun cuando estas no han de tomarse más que como medio preparatorio de una realización superior, así como, en la tradición hindú, las prácticas equivalentes que dependen del Hatha-Yoga. Además, esto se puede transferir al orden cósmico, siendo así que todo cuanto está en el hombre tiene correspondencia en el mundo y viceversa (4); también aquí, y en razón de esta correspondencia misma, se tratará propiamente del "mundo intermedio", en el que se ponen en acción fuerzas cuya naturaleza dual la figuran muy claramente las dos serpientes del caduceo.
A este respecto, recordaremos también que a Hermes se lo representaba como mensajero de los Dioses y como su intérprete (herméneutés), papel que es exactamente el de intermediario entre el mundo celestial y el terrenal, y que tiene además la función de "psícopompo", que, en un orden inferior, está relacionado manifiestamente con el campo de las posibilidades sutiles (5). Quizá pudiera objetarse, cuando se trata de hermetismo, que Hermes ocupa aquí el lugar del Thoth egipcio con el cual fue identificado, y que éste representa propiamente la Sabiduría, referida al sacerdocio en cuanto conservador y transmisor de la tradición; esto es cierto, pero como esa asimilación no pudo hacerse sin motivo, hay que admitir que en esto debe considerarse más especialmente cierto aspecto de Thoth, correspondiente a determinada parte de la Tradición, la que comprende los conocimientos relacionados con el "mundo intermedio"; y, de hecho, todo lo que se puede saber de la antigua civilización egipcia, según los vestigios que dejó, muestra precisamente que en ella los cimientos de este orden estaban mucho más desarrollados y habían tomado una importancia mucho más considerable que en cualquier otra parte. Por lo demás, hay otra relación, podríamos decir incluso otra equivalencia, que muestra bien que esta objeción carece de fuerza real: en la India, al planeta Mercurio (o Hermes) lo llaman Budha, nombre cuya raíz significa propiamente Sabiduría; también aquí, basta con determinar el orden en el que dicha Sabiduría, que en su esencia es realmente el principio inspirador de todo conocimiento, ha de encontrar su aplicación más particular cuando se refiere a esa función especializada. Acerca del nombre Budha, hay un hecho que es curioso señalar: es que en realidad es idéntico al del Odín escandinavo, Woden o Wotan (6); por tanto, no arbitrariamente lo asimilaron los romanos a su Mercurio, y por lo demás, en las lenguas germánicas, el miércoles o día de Mercurio es designado, todavía hoy, como día de Odín. Lo que quizá sea todavía más notable es que este mismo nombre se encuentra exactamente en el Votan de las antiguas tradiciones de la América central, que tiene además los atributos de Hermes, pues es Quetzalcohuatl, el "pájaro serpiente", y la unión de estos animales simbólicos (que corresponden respectivamente a los elementos aire y fuego) la representan las alas y las serpientes del caduceo (7). Habría que estar ciego para no ver, en hechos de este tipo, un signo de la unidad fundamental de todas las doctrinas tradicionales; desgraciadamente, tal ceguera no es sino muy común en nuestra época en la que los que verdaderamente saben leer los símbolos son sólo una ínfima minoría, y en la que, por el contrario, hay muchos "profanos" que se creen cualificados para interpretar la "ciencia sagrada", la cual adaptan al capricho de su imaginación más o menos desordenada. (8) Otro punto no menos interesante es este: en la tradición islámica, a Seyidna Idris se lo identifica a la vez con Hermes y con Enoc; esta doble asimilación parece indicar una continuidad de tradición que se remontara a antes del sacerdocio egipcio, debiendo de recoger éste sólo la herencia de lo que representaba Enoc, que corresponde manifiestamente a una época anterior (9). Al propio tiempo, las ciencias atribuidas a Seyidna Idris y puestas bajo su influencia especial no son las ciencias puramente espirituales, que corresponden a Seyidna Aisa, o sea a Cristo, sino las que se pueden calificar de "intermedias", entre las cuales figuran en primera fila la alquimia y la astrología; y son realmente éstas, en efecto, las ciencias que pueden denominarse propiamente "herméticas". Pero aquí se situa otra consideración que, al menos a primera vista, pudiera considerarse como una inversión con respecto a las correspondencias habituales: entre los principales profetas, como veremos en un estudio próximo, hay uno que rige cada uno de los siete cielos planetarios, del cual es "polo" (EI Qutb); pues bien, no es Seyidna Idris quien rige el cielo de Mercurio, sino Seyidna Aisa, y el que rige Seyidna Idris es el cielo del Sol; y naturalmente, esto trae aparejada la misma transposición en las correspondencias astrológicas de las ciencias que respectivamente se les atribuyen. Esto plantea una cuestión harto compleja, que no podemos tener la pretensión de tratar por completo aquí; puede que tengamos ocasión de volver sobre ello, pero, por el momento, nos limitaremos a hacer unas cuantas observaciones que quizá permitan vislumbrar su solución, y que, de todos modos, mostrarán al menos que hay en ello algo muy distinto que una confusión, y que, por el contrario, lo que podría correr el peligro de pasar por tal para un observador superficial y "exterior" reposa en realidad en razones profundas.
En primer lugar, no se trata de un caso aislado en el conjunto de las doctrinas tradicionales, por cuanto puede encontrarse algo completamente similar en la angelología hebrea: en general, Mikael es el ángel del Sol, y Rafael el de Mercurio, pero sucede a veces que estos papeles están invertidos. Por otra parte, si a Mikael, en cuanto representa al Metatrón solar, se le asimila esotéricamente a Cristo (10), Rafael, con arreglo al significado de su nombre, es "sanador divino", y Cristo aparece también como "sanador espiritual" y como "reparador"; por lo demás, aún se podrían hallar otras relaciones entre Cristo y el principio representado por Mercurio entre las esferas planetarias (11). Es verdad que, entre los griegos, la medicina era atribuida a Apolo, es decir, al principio solar, y a su hijo Asclepios (que los latinos convirtieron en Esculapio) (12); pero en los "libros herméticos", Asclepios se convierte en hijo de Hermes, y también es de notar que el bastón que es su atributo guarda estrechas correspondencias simbólicas con el caduceo. El ejemplo de la medicina permite comprender además cómo puede una misma ciencia tener aspectos que en realidad se refieren a órdenes diferentes, de dónde correspondencias igualmente diferentes, aun cuando los efectos exteriores que de ellos se obtienen son aparentemente semejantes, pues hay una medicina puramente espiritual o "teúrgica", y hay una medicina hermética o "espagírica"; esto se encuentra en relación directa con el asunto que estamos considerando; y tal vez expliquemos algún día por qué a la medicina, desde el punto de vista tradicional, se la considera esencialmente como ciencia sacerdotal.
Por otro lado, casi siempre hay una estrecha conexión establecida entre Enoc (Seyidna Idris) y Elías (Seyidna Dhûl-kifl), llevados ambos al cielo sin haber pasado por la muerte corporal (13), y la tradición islámica los sitúa a ambos en la esfera solar. Asimismo, según la tradición Rosacruz, Elías Artista, que rige la "Gran Obra" hermética (14), reside en la "Ciudadela solar' que, por lo demás, es propiamente la morada de los "Inmortales" (en el sentido de los chirajîvîs de la tradición hindú, esto es, seres "dotados de longevidad", o cuya vida se perpetúa a través de toda la duración del ciclo) (15), y representa uno de los aspectos del "Centro del Mundo". Todo ello es indudablemente muy digno de reflexión, y si además se le añaden las tradiciones que, un poco por todas partes, comparan simbólicamente el sol mismo con el fruto del "Arbol de la Vida" (16), acaso se comprenda la relación especial que la influencia solar tiene con el hermetismo, en cuanto éste, como los "pequeños misterios" de la antigüedad, tiene como fin esencial la restauración del "estado primordial" humano: ¿no es la "Ciudadela solar" de los Rosacruces que ha de "descender del cielo a la tierra", al final del ciclo, bajo la forma de la "Jerusalén celestial", realizando la "cuadratura del círculo" según la medida perfecta de la "caña de oro"?
NOTAS:
(1). Hemos tratado este tema en Autorité spirituelle et pouvoir temporel. Acerca de la expresión de "Arte regia" que se ha conservado en la Masonería, se puede mencionar aquí la curiosa semejanza que existe entre los nombres de Hermes e Hiram; eso no quiere decir, evidentemente, que los dos nombres tengan un origen lingüistico común, pero su constitución no deja por ello de ser idéntica, y el conjunto HRM del que están esencialmente formados podría dar origen también a otras asociaciones.
(2). Hemos de mantener que el hermetismo es verdaderamente de procedencia heleno-egipcia, y que no sin abuso puede extenderse tal denominacion a lo que, bajo diversas formas, corresponde a él en otras tradiciones, como tampoco se puede, por ejemplo, llamar "Kábala" a una doctrina que no sea específicamente hebrea. Sin duda, si escribiésemos en hebreo, diríamos qabbalah para désignar la tradición en general, así como, sí escribiésemos en árabe llamaríamos Tasawwuf a la iniciación en cualquiera de sus formas: pero trasladadas a otra lengua, las palabras hebreas, árabes, etc., han de reservarse a las formas tradicionales cuya expresión respectiva son sus lenguas de origen, cualesquiera que sean, por lo demás, las comparaciones o incluso las asimilaciones que pueden originar legítimamente; y en ningún caso hay que confundir un determinado orden de conocimiento, considerado en sí mismo, con tal o cual forma especial que ha revestido en circunstancias históricas determinadas.
(3). Véase L'Homme et son devenir selon le Vêdânta,cap. XXIl.
(4). Como sé dice en las Rasâil lkhwân as-Safâ, "el mundo es un gran hombre, y el hombre un pequeño mundo" (el-âlam insân kebir, wa el insân âlam saghir). Además, en virtud de esta correspondencia, cierta realización en el orden "microcósmico" podrá ocasionar, a titulo de consecuencia accidental para el ser que la habrá alcanzado, una realización exterior referente al orden "macrocósmico", sin que que ésta se haya buscado especialmente y por sí misma, como hemos indicado acerca de algunos casos de transmutaciones metálicas en nuestro anterior artículo La Tradición hermética
(5). Estas dos funciones de mensajero de los dioses y "psicopompo", astrológicamente cabe referirias respectivamente a un aspecto diumo y otro noctumo; también se puede, por otra parte, encontrar en él la correspondencia de las dos corrientes, descendente y ascendente, que simbolizan las dos serpientes del caduceo.
(6). No hay que confundir este nombre, Budha, con el de Buddha, designación de Shâkyamuni, aunque ambos tengan evidentemente la misma significación radical, y, además, ciertos atributos del Buddha planetario hayan sido transferidos posteriormente al Buddha histórico, siendo representado como "iluminado" por la irradiación de dicho astro, cuya esencia, en cierto modo, absorbió en sí mismo. Señalemos a este respecto que a la madre de Buddha se la llama Mâyâ-Dêvi y, entre los griegos y los latinos, Maia es también la madre de Hermes o Mercurio.
(7). Se sabe que el cambio de la b en v o w es un fenómeno lingúistico extremadamente frecuente.
(8). Véase a este respecto nuestro estudio "El lenguaje de los pájaros", (capítulo VII de Símbolos de la Ciencia Sagrada, N. del t.), donde hemos hecho ver que la serpiente se opone o asocia al pájaro según se la considere en su aspecto maléfico o benéfico. Agregaremos que una figura como la del águila que sujeta una serpiente en sus garras (que se encuentra precisamente en México) no evoca exclusivamente la idea de antagonismo que en la tradición hindú representa el combate del Garuda contra el Nâga; ocurre a veces, especialmente en el simbolismo heráldico, que la serpiente es sustituida por la espada (sustitución particularmente impresionante cuando ésta tiene la forma de la espada flamígera, que hay que relacionar, por otra parte, con los rayos que el águila recibe de Júpiter), y la espadar en su significado más elevado, representa la Sabiduría y la fuerza del Verbo (véase por ejemplo Apocalipsis, 1,16). Es de resaltar que uno de los principales símbolos del Thoth egipcio era el ibis, destrucctor de reptiles, y convertido por esta cualidad en símbolo de Cristo; pero, en el caduceo de Hermes, tenemos la serpiente en sus dos aspectos contrarios, como en la figura de la "amfisbena" de la Edad Media (véase Le Roi du Monde, cap. III, in fine, en nota).
(9). ¿No habría que concluir de esta misma asimilación que el Libro de Enoc, o al menos lo que con este título se conoce, ha de considerarse que forma parte integrante del conjunto de los "libros herméticos"?
Por otra parte, algunos dicen además que el profeta Idris es lo mismo que Buddha; lo indicado anteriormente muestra sobradamente en qué sentido ha de entenderse este aserto, que en realidad se refiere a Budha, el equivalente de Hermes. En efecto, no puede tretarse aquí del Buddha histórico, cuya muerte es un acontecimiento conocido, mientras que de Idris se dice expresamente que fue llevado vivo al cielo. lo que corresponde bien al Enoc bíblico.
(10). Véase Le Roi du Monde, cap. III
(11). Acaso haya que ver en ello el origen del equívoco que cometen algunos al considerar al Buddha como noveno avatâra de Vishnú; parece que se trata de una manifestación en relación con el principio designado como planetario; en tal caso, el Cristo solar sería propiamente el Cristo glorioso, es decir, el décimo avatâra, el que ha de venir al final del ciclo. Recordaremos, a título de curiosidad, que el mes de Mayo toma su nombre de Maia, madre de Mercurio, (de la cual se dice que es una de las Pléyades) a la que antiguamente estaba consagrado; pues bien, en el Cristianismo se ha convertido en el "mes de María", por una asimilación, que indudablemente no es únicamente fonética, entre María y Maia.
(12). En tomo del bastón de Esculapio está enroscada una sola serpiente, la que representa la fuerza benéfica, pues le fuerza maléfica he de desaparecer precisamente porque se trata del genio de la medicina. Señalemos igualmente que de este mismo bastón de Esculapio, en cuanto signo de curación, con el símbolo bíblico de le "serpiente de bronce" (véase a este respecto nuestro estudio "Set" (capítulo XX de Símbolos de la Ciencia Sagrada. Ndel T.).
(13). Se dice que han de manifestarse de nuevo en la tierra al final del ciclo: son los dos "testigos" de que se habla en el capítulo Xl del Apocalipsis.
(14). Encame en cierto modo la naturaleza del 'luego filosófico", y se sabe que, conforme el relato bíblico, el profeta Elías fue llevado el cielo en un "carro de fuego"; esto se relacione con el vehículo ígneo (taijasa en le tradición hindú) que, en el ser humano, corresponde el estado sutil (véase L'homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. XIV).
(15). Véase L'Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. 1. Recordemos también, desde el punto de viste alquímico, la correspondencia del Sol con el oro, designado por le tradición hindú como le "luz mineral";el "oro potable" de los hermetistes es además lo mismo que le "bebida de inmortalidad", también llamada "licor de oro" en el Taoísmo.
(16). Véase Le Symbollsme de la Croix, cap. IX.
(Publicado en "Le Voile d'lsis", abril de 1932.)