Guenon estuda

Algunas observaciones sobre la doctrina de los ciclos cosmicos

de René Guénon

Acerca de las alusiones que, aquí y allá, nos hemos visto inducidos a hacer a la doctrina hindú de los ciclos cósmicos y a los equivalentes que se encuentran en otras tradiciones, se nos ha pedido a veces si podríamos dar de ella, sino un a exposición completa, sí, al menos, una visión de conjunto suficiente para extraer 1os rasgos esenciales. En verdad, nos parece que es esa una labor poco menos que imposible, no sólo porque el asunto es harto complejo en sí mismo, sino sobre todo a causa de la extrema dificultad que hay para exponer estas cosas en una lengua europea y de tal modo que se las haga inteligibles para la mentalidad occidental actual, que no está. nada acostumbrada a ese tipo de consideraciones. Lo que realmente es posible hacer; a nuestro entender, es tratar de esclarecer algunos puntos con observáciones como las que van a seguir, y que en suma no pueden tener otra pretensión que la de aportar unas simples sugestiones sobre el sentido de la doctrina de que se, trata, más bien que explicarla verdaderamente.

Hemos de considerar que un ciclo, en la acepción más general de este término, representa el proceso de desarrollo de un estado cualquiera de manifestación, o, si se tráta de ciclos menores, de alguna de las modalidades más o menos restringidas y especializadas de dicho estado. Por otra parte, en virtud de la ley de correspondencia que enlaza todas las cosas en la Existencia universal, hay, siempre y necesariamente, una cierta analogia, bien entre los diferentes ciclos del mismo orden, bien entre los ciclos principales y sus divisiones secundarias. Eso es lo que permite emplear, para hablar de ellos, un mismo y único modo de expresión, aunque a menudo éste no deba entenderse sino simbólicamente, puesto que la esencia misma de todo simbolismo es precisamente el fundarse en las correspondencias y analogías que existen realmente en la naturaleza de las cosas.

Queremos aludir aquí sobre todo a la forma "cronológica" en que se presenta la doctrina de los ciclos: como el Kalpa representa el desarrollo total del mundo, es decir, de un estado o grado de la Existencia universal, es evidente que no se podrá hablar literalmente de la duración de un Kalpa, evaluada según una medida de tiempo cualquiera, más que si se trata de aquel que se refiere al estado del que el tiempo es condición determinante y que constituye propiamente nuestro mundo. En cualquiér otro caso, tal consideración de la duración, y de la sucesión que ésta implica, ya no podrá tener sino un valor puramente simbólico y habrá de trasponerse analógicamente, pues entonces la sucesión temporal es sólo una imagen del encadenámiento, lógico y ontológico a la vez, de una serie "extratemporal" de causas y efectos; mas, por otra párte, como el lenguaje humano no puede expresar directamente otras condiciones que las de nuestro estado, tal simbolismo está por ello mismo suficientemente justificado y ha de considerarse como perfectamente naturál y normal.

No tenemos intención de ocuparnos ahora de los ciclos más extensos, como los Kalpas; nos ceñiremos a los que se desarrollan en el interior de nuestro Kalpa, es decir, a los Manvantaras y sus subdivisiones. A este nivel, los ciclos tienen un carácter a la vez cósmico e histórico, pues conciernen más especialmente a la humanidad terrenal, estando al mismo tiempo estrechamente ligádos a los acontecimientos que se producen en nuestro mundo fuera de ella. No hay en eso nada de lo que haya que asombrarse, pues la idea de considerar la historia humana como aislada en cierto modo de todo lo demás es exclusivamente moderna y claramente opuesta a lo que enseñan todas las tradiciones, que, por el contrario, afirman unánimemente una correlación necesaria y constante entre los órdenes cósmico y humano.

Los Manvantaras, eras de Manúes sucesivos, son catorce en total y forman dos series septenarias de lás que la primera comprende los Manvantaras pasados y aquel en que estamos actualmente, y la segunda los Manvantaras futuros. Estas dos series, de las que una se refiere, pues, ál pasado, con el presente, que es su resultante inmediata, y la otra al futuro, pueden ponerse en correspondeñcia con las de los siete Swargas y los siete Pátálas, que representan el conjunto de los estados respectivamente superiores e inferiores al estado humano , si nos situamos en el punto de vista de la jerarquía de los grados de la Existencia o la manifestación universal, o anteriores y posteriores respecto de ese mismo estado, si nos situamos en el punto de vista del encadenamiento causal de los ciclos descrito simbólicamente, como siempre, bajo la analogía de una sucesión temporal.

Este ultimo punto de vista es evidentemente el que más importa aquí : permite ver, en el interior de nuestro Kalpa, como una imagen reducida de todo el conjunto de los ciclos de la manifestación usniversal , según la relación analgica que antes hemos mencionado, y, en este sentido, se podría decir que la sucesión de los Manvantaras representa en cierta forma un reflejo de los otros mundos en el nuestro. Por otra parte, para confirmar esta asociación, también puede señalarse que las palabras Manu y Loka se emplean, una y otra, como designaciones simbólicas del número 14; hablar a este respecto de una simple "coincidencia" seria dar prueba de una completa ignorancia de las razones. profundas inherentes a todo simbolismo tradicional.

Aún se puede considerar otra correspondencia con los Manvantaras, en lo que concierne a los siete Dwipas o "regiones" en que se divide nuestro mundo; en efecto, aunque a éstos, según el sentido proprio de la palabra que los designa, se los representa como otras tantas islas o continentes repartidos de cierta manera en el espacio, hay que guardarse mucho de tomárselo literalmente y considerarlos simplemente como diferentes partes de la tierra actual ; de hecho, "emergen" por turno y no simultáneainente, lo que equivale a decir que sólo uno de ellos se manifiesta en la esfera sensible durante el transcurso de cierto período. Si tal período es un Manvantara, habrá que concluir de ello que cada Dwípa tendrá que aparecer dos veces en el Ka/pa, esto es, una vez en cada una de las dos series septenarias de que acabamos de hablar ; y, de la relación de estas dos series, que se corresponden en sentido inverso como ocurre en todos los casos similares, y en particular para las de los Swargas y Pátálas, se puede. deducir que el orden de aparición de los Dwípas, en la segunda serie, también habrá de ser inverso al de la primera.

En suma, se trata de diferentes estados del mundo terrenal más bien que de "regiones" propiamente hablando; el Jambu-Dwipa, en realidad, representa la tierra entera en su estado actual, y si se dice que se extiende al sur del Méru, o de la montaña "axial" en torno a la cual se efectúan las revoluciones de nuestro mundo, es porque, en efecto, como el Méru se identifica simbólicamente con el polo Norte, toda la tierra está situada verdaderamente al sur con respecto a éste. Para explicarlo más completamente, habría que poder desarrollar el simbolismo de las direcciones del espacio, según las cuales se reparten los Dwîpas, así como las relaciones de correspondencia que existen entre tal simbolismo espacial y el simbolismo temporal en el cual se basa toda la doctrina de los ciclos; pero, como no nos es posible entrar aquí en esas consideraciones que por sí solas requerirían todo un volumen, hemos de contentarnos con estas indicaciones someras, que, por lo demás, fácilmente podrán completar por sí mismos todos cuantos ya tienen algún conocimiento de aquello de que se trata.

Este modo de considerar los siete Dwipas se encuentra confirmado también por los datos concordantes de otras tradiciones en las que igualmente se habla de las "siete tierras", particularmente el esoterismo islámico y la Cábbala hebraica : así, en esta última, esas "siete tierras", aunque estando representadas exteriormente por otras tantas divisiones de la tierra de Canaán, son relacionadas con los reinos de los "siete reyes de Edom", que corresponden de manera bastante manifiesta a los siete Manues de la primera serie ; y todas ellas están comprendidas en la "Tierra, de los Vivos", que representa el desarrollo completo de nuestro mundo, considerado como realizado de modo permanente en su estado principial. Podemos notar aquí la coexistencia de dos puntos de vista, uno de sucesión, que se refiere a la manifestación en sí misma, y el otro de simultaneidad, que se refiere a su principio, o a lo que se podría llamar su "arquetipo"; y, en el fondo, la corresppndencia de estos dos puntos de vista equivale en cierto modo a lá dél simbolismo temporal y el simbolismo espacial, a la que acabamos de aludir en lo que concierne a los Dwipas de la tradición hindú.

En el esoterismo islámico, las "siete tierras" aparecen, quizá aún más explícitamente, como otras tantas tabaqât o "categorías" de la existencia terrenal, que coexisten y se interpenetran en cierto modo, pero de las que una sola puede ser actualménte alcanzada por los sentidos, mientras que las demás se encuentran en estado latente y no pueden ser percibidas sino excepcionalmente y en ciertas condiciones especiales ; y, también aquí, son manifestadas exteriormente una tras otra, en los diversos períodos que sesuceden en el curso de la duración total de este mundo. Por otra parte, cada una de esas "siete tierras" esta regida por un Qutb o "Polo", que corresponde, pues, muy claramente al Manú del período durante el cual su tierra se manifiesta ; y esos siete Aqtâb están subordinados al "Polo" supremo, como 1o están 1os diferentes Manúes al Adi-Manu o Manu primordial; pero además, a causa de la coexistencia de las "siete tierras", en cierto aspecto, también ejercen sus funciones de una manera permanente y simultánea.

Apenas hay que hacer observar que esa designación de "Polo" se relaciona estrechamente con el simbolismo "polar" del Mêru que hemos mencionado hace un momento, y el propio Meru, por lo demás, tiene su equivalente exacto en la montaña de Qâf en la tradición islámica. Agreguemos también que los siete "Polos" terrenales son considerados reflejos de los siete "Polos" celestes, que rigen, respectivamente los siete cielos planetarios; y esto evoca naturalmente la correspondencia con los Swargas en la doctrina hindú, la cual acaba de demostrar la perfecta concordancia que a este respecto existe entre ambas tradiciones.

Consideremos ahora las divisiones de un Manvantara; esto es, los Yugas, que son cuatro en total; y señalaremos el primer lugar , sins insistir mucho en ello, que esa división cuaternaria de un ciclo es susceptible de aplicaciones múltiples, y que, de hecho, se encuentra en muchos ciclos de orden más particular : pueden citarse como ejemplo las cuatro estaciones del ano, las cuatro semanas del mes lunar y las cuatro edades de la vida ; también aquí hay correspondencia con un simbolismo espacial relacionado principalmente, en este caso, con los cuatro puntos cardinales. Por otra parte, a menudo se ha señalado la equivalencia manifiesta de los cuatro Yugas con las cuatro edades de oro, plata, bronce y hierro, como eran conocidas por la antigúedad grecolatina : por ambas as partes, cada período está por igual marcado por una degeneración con respecto al que ha precedido, y esto, que se opone directamente a la idea, de "progreso" como la conciben los modernos, se explica , muy sencillamente por el hecho de que como todo desarrollo cíclico, esto es, todo proceso de manifestación, implica necesariamente un alejamiento gradual del princípio, constituye verdaderamente, en efecto, un "descenso", lo cual, por lo demás, es también el sentido real de la "caida " en la tradición judeocristiana.

De un Yuga a otro, la degeneración va acompañada de un decrecimiento de la duración, que, por otra parte, se considera que influye en la longitud de lá vida humana; y lo que ante todo importa, a este respecto, es la relación que hay entre las duraciones respectivas de esos distintos períodos. Si la duración total del Manvantara se representa por 10, la del Krita-Yuga o Satya-Yuga será representada por 4, la del Trêtá-Yuga por 3, la del Dwápara-Yuga por 2, y la del Kali-Yuga por 1; estos números son también los de los pies que representa que el toro simbólico del Dharma apoya en tierra durante los mismos períodos. La division del Manvantara, pues, se efectúa según la fórmula 10 = 4 + 3 + 2 + 1, que, en sentido inverso, es la de la Têtraktys pitagórica: 1+2+3+4 = 10; esta última fórmula corresponde a lo que el lenguaje del hermetismo occidental denomina la "circulatura del cuadrante", y la otra al problema inverso, la "cuadratura del círculo", que expresa precisamente la relación entre el fin del ciclo y su coinienzo, es decir, la integración de su desarrollo total ; en ello hay todo un simbolismo a la vez aritmético y geométrico, que no podemos más que indicar también de paso para no ápartarnos demasiado de nuestro sujeto principal.

En cuanto a las cifras indicadas en diversos textos para la duración del Manvantara, y, como consecuencia, para la de lós Yugas ,ha de quedar claro que en, modo alguno hay que considerarlas como si constituyeran una "cronología" en el sentido corriente de la palabra, queremos decir como si expresaran números de años que debieran tomarse al pie de la letra ; por eso, además, ciertas aparentes variaciones en esos datos no implican, en el fondo, ninguna contradicción real. Lo que de modo general hay que considerar en tales cifras es solamente el número 4320, por el motivo que vamos a explicar a continuación, y no los ceros más o menos numerosos de que va seguido, y que incluso pueden estar destinados sobre todo a despistar a quienes quisieran entregarse a ciertos cálculos. Esta precaución puede parecer extraña a primera vista, pero, sin embargo, es fácil de explicar : si la duración real del Manvantara fuese conocida, y si, además, su punto de partida fuese determinado con exactitud, todos podrían extraer sin dificultad deducciones que permitirían prever ciertos acontecimientos futuros; ahora bien, ninguna tradición ortodoxa ha animado jamás las investigaciones por medio de las cuales el hombre puede llegar a conocer el futuro en una medida más o menos amplia, pues tal conocimiento presenta prácticamente muchos más inconvenientes que verdaderas ventajas. Por eso el punto de partida y la duración del Manvantara siempre se han disimulado más o menos cuidadosamente, bien añadiendo o quitando un determinado número de años a las fechas reales, bien multiplicando o dividiendo las duraciones de los períodos cíclicos de manera que conservan solamente sus proporciones exactas; y añadiremos que algunas correspondencias también han sido intervertidas por motivos similares.

Si la duración del Manvantara es 4320, las de los cuatro Yugas serán respectivamente 1728, 1296, 864 y 432; pero ¿por qué número habrá que multiplicar éstos para obtener la expresión en años de tales duraciones? Es fácil advertir que todos los números cíclicos están en relación directa con la división geométrica del circulo: así, 4320 = 360 x 12; por lo demás nada hay de arbitrario o puramente convencional en esa división; pues, por razones que derivan de la correspondencia existente entre la aritmética y la geometría, es normal que se efectúe según múltiplos de 3, 9 y 12, mientras que la división decimal es la que conviene propiamente a la línea recta. Sin embargo, esta observación, aunque verdaderamente fundamental, no permitiría ir muy lejos en la determinación de los períodos cíclicos si no supiésemos, además, que la base principal de éstos, en el orden cósmico, es el período astronómico de la precesión de los equinoccios, cuya duración es de 25920 años, de manera que el desplazamiento de los puntos equinocciales es de un grado en 72 años. Este número 72 es, precisamente, submúltiplo de 4320 = 72 x 60, y 4320 es a su vez submúltiplo de 25920 = 4320 x 6; el hecho de que para la precesión de los equinoccios se encuentran los números ligados a la división del círculo, por otra parte, es una prueba más del carácter verdaderamente natural de este última; pero la cuestión que se plantea es ésta : ¿qué múltiplo o submúltiplo del período astronómico de que se trata corresponde realmente a la duración del Manvantara?

El período que más frecuentemente aparece en diferentes tradiciones, a decir verdad, quizá no sea tanto el de la precesión de los equinoccios como lo es el de su mitad : en efecto, ésta corresponde especialmente a lo que era el "gran año" de persas y griegos, evaluado frecuentemente por aproximación en 12000 o 13000 años, siendo su duración exacta 12960 años. Dada la particularísima importancia que se le atribuye así a este período, es de presumir que el Manvantara habrá de comprender un número entero de tales "grandes años"; pero entonces ¿cuál es ese número? A este respecto, encontramos, fuera de la tradición hindú, al menos una indicación precisa y que parece lo bastante plausible para que esta vez, sea aceptada literalmente: en los caldeos, la duración del reino de Xisutbros, que es manifiestamente idéntico a Vaivaswata, el Manú de la era actual, se fija en 64800 años, esto es, exactamente cinco "grandes años". Señalemos incidentalmente que, como el número 5 es el de los bhútas o elementos del mundo sensible, ha de tener necesarianientc una importancia especial desde el punto de vista cosmológico, lo que tiende a confirmar la realidad de tal evaluación; quizá incluso cabría considerar una correlación entre los cinco bhûtas y los cinco "grandes años" sucesivos de que se trata, tanto más que, de hecho, en las tradiciones antiguas de la América Central se encuentra una asociación expresa de los elementos con ciertos períodos cíclicos; pero es esa una cuestión que requeriría ser examinadá más de cerca. Sea lo que fuere, si esa es verdaderamente la duración real del Manvantara, y si se sigue tomando como base el número 4320, que es igual al tercio del "gran año", este número habrá de multiplicarse por 15. Por otra parte, los cinco "grandes años" serán naturalmente repartidos de modo desigual, pero según relaciones simples, en los cuatro Yugas : el Krita-Yuga contendrá 2, el Trétá-Yuga 1 1/2, el DwâparaYuga 1, y el Kali-Yuga 1/2; por lo demas estos números, por supuesto, son la mitad de los que teníamos antes al representar por 10 la duración del Manvantara. Evaluadas en años corrientes, estas mismas duracipnes de los cuatro Yugas serán respectivamente de 25920, : 19440, 12960 y 6480 años, formando el total de 64800 años; y se reconocerá que estas cifras se mantienen dentro de unos limites perfectamente verosímiles, pudiendo corresponder muy bien a la antigúedad real de la presente humanidad terrenal.

Detendremos aquí estas pocas consideraciones, pues en lo que hace al punto de partida de nuestro Manvantara, y, por consiguiente, al punto exacto de su curso en el que actualmente nos encontramos, no es nuestra intención correr el riesgo de tratar de determinarlos. Sabemos, por todos los datos tradicionales, que desde hace ya mucho tiempo estamos en el Kali-Yuga; podemos decir sin ningún miedo al error, que estamos incluso en una fase avanzada de dicho Yuga, fase cuyas descripciones dadas en los Pûranas responden además, del modo mas patente, a lás características de la época actual; pero ¿no sería imprudente querer precisar más, y, por añadidura, no conduciría inevitablemente a esas especies de predicciones a las que, no sin motivos graves tantos obstáculos ha puesto la doctrina tradicional ?